19 de marzo de 2018
Por Rubén Guillemí
Nadie puede decir que haya visto a la palestina Ahed Tamimi portando una Kalashnikov o poniendo bombas. En la era digital utiliza dos armas mucho más poderosas, las imágenes y las redes sociales. Su video más antiguo la muestra a los 11 años, siempre en su aldea de Nabi Salih, Cisjordania, cuando su estatura apenas superaba la cintura del soldado israelí al que ella hacía frente, y que estaba equipado como para la guerra. Sin intimidarse por sus armas, ella le grita de forma desaforada, y esgrime sus puños cerrados lo más cerca que alcanza a la cara del militar, y lo patea.
Hoy hay un movimiento internacional para pedir su liberación mientras la justicia militar israelí se apresta a enjuiciarla a puertas cerradas este miércoles por 12 cargos que incluyen agresión agravada, incitación al odio y amenazas. Esas acusaciones le podrían costar hasta diez años en prisión.
Para los palestinos, Ahed encarna la nueva generación de activistas que abandonaron las piedras para enfrentar a las fuerzas de ocupación con sus teléfonos digitales con los que graban y difunden los abusos inmediatamente a todo el mundo.
Pero el gobierno israelí teme una “intifada de los sopapos”, como ya la llama la prensa local, y no sabe cómo responder al inmanejable levantamiento digital de alcance global.
La ministra de Educación ya dijo que Ahed debería ser condenada de manera ejemplificadora a prisión perpetua. Y el ministro de Defensa Avigdor Liberman advirtió que “quien humille al ejército más humanitario” no escapará “del castigo que se merece”.
Pero el sonoro sopapo de Ahed tiene una historia y una prehistoria.
En su aldea de Nabi Salih se estaba realizando el viernes 15 de diciembre una protesta por la decisión israelí de autorizar la expansión de asentamientos judíos en ese territorio, una medida considerada por la resolución 2334 de la ONU como una “flagrante violación” del derecho internacional.
En la represión de la marcha, el ejército hirió gravemente en la cabeza a un primo de Ahed, Mohammed Tamimi de 15 años, con una bala de acero recubierta de goma. El chico, que tuvo que ser puesto en coma medicamentoso durante varios días, quedó con parálisis parcial y tendrá el cráneo deformado de por vida.
La escena del sopapo ocurrió cuando Ahed enfrentó a los mismos soldados que balearon a su primo e intentaban ingresar a la vivienda familiar.
La prehistoria de ese cachetazo abarca a toda la familia Tamimi.
El padre de Ahed, Bassed Tamimi, de 50 años, estuvo en la cárcel por su participación en las dos intifadas y es uno de los líderes locales de la aldea de Nabi Salih en la lucha contra los asentamientos judíos.
El eje de la disputa es el histórico manantial de agua de Ein al Qaws, un verdadero tesoro en esa zona desértica, que los 500 vecinos palestinos luchan por recuperar luego que los colonos se apoderaron de su control.
Desde chiquita Ahed no tuvo ningún temor de enfrentar a los soldados. En el primer video que quedó grabado se la ve a los 11 años enfrentando a los gritos y golpes de puño a una patrulla para evitar la detención de su mamá, Nariman. Esa acción le valió una condecoración del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas.
Poco después volvió a correr a patadas y gritos a los soldados que arrestaron a su hermano. Esta vez recibió una condecoración internacional de parte del presidente turco.
“Ahed está de buen ánimo”, contó a LA NACIÓN su abogada. “Está cursando el último año de la secundaria y preparando sus exámenes. Sabe que muy probablemente la corte militar no se deje influir por las presiones internacionales”, agregó.
Ahed, que solo habla árabe, concedió numerosos reportajes a medios de todo el mundo. Sus declaraciones reflejan rabia y miedo. En una entrevista dijo: “Toda mi familia está en peligro. En cualquier momento puedo esperar que un soldado venga, nos dispare y me mate. Este sentimiento me asedia constantemente. No encuentro la forma de explicar esta sensación con palabras. Los que no viven nuestro sufrimiento jamás podrán comprenderlo”.