Rana Bishara (1971, Palestina) es una artista plástica muy talentosa. Su trabajo es una mixtura impactante y equilibrada de componentes conceptuales y naturales. Utiliza elementos tradicionales de la cultura artística y popular (como cactus, olivos, elementos naturales, pan) para elaborar mensajes universales; en este sentido, es muy representativa del arte palestino que, a través de su visión política, puede hablar de la naturaleza universal del ser humano.
“A los niños palestinos les han robado la alegría”
“Los niños son la esperanza de cualquier pueblo, como el palestino, pero cuando esa infancia está marcada por la tragedia, por la violencia, hace que las generaciones futuras estén marcadas para siempre. Hay que parar ese sufrimiento, que sólo engendra odio”. Así de rotunda explica la artista palestina Rana Bishara el deseo de expresar con su arte la necesidad de que cese el conflicto árabe-israelí, del que ahora se cumplen 62 años.
Desde que en 1948 los palestinos fueron expulsados de lo que hoy es el estado de Israel, se han sucedido cinco guerras, que no han hecho sino empeorar la realidad, porque del total de la población palestina, unos 7 millones de personas, cerca de 5 millones son refugiados, repartidos entre los propios territorios palestinos ocupados por Israel y los países árabes vecinos como Líbano, Jordania, Siria, Egipto…Y la peor parte de este conflicto recae en los niños, porque “las familias refugiadas son muy numerosas. Son matrimonios jóvenes con muchos niños y, en ocasiones, los padres palestinos son encarcelados o son exiliados, lo que hace que gran parte de estos núcleos familiares estén compuestos por mujeres y niños”. Así lo asegura Carmen Quintana, directora de proyectos del Comité Español de UNRWA, agencia internacional que se ocupa desde 1949 de estos millones de refugiados palestinos, privados de los derechos más básicos como es el de educación o vivienda digna.
Rana Bishara asegura verse reflejada en estos niños palestinos y se considera afortunada de poder denunciar esta situación a través de su arte. Un arte que “le sale del alma”, porque “cree firmemente en el mensaje que desea difundir”. Así, a partir de hoy jueves expone en Zaragoza y por primera vez en España la muestra “Homenaje a la infancia” dentro del ciclo organizado por el Ayuntamiento de Zaragoza y UNRWA Comité Español “Vivir, sentir… Palestina”, que podrá visitarse hasta junio en el Centro de Historia de Zaragoza.
Esta obra de arte “en movimiento” refleja la historia de los niños y niñas refugiados de Palestina que durante las más de seis décadas de trabajo de la UNRWA, se han visto afectados por el conflicto palestino-israelí. En el caso de Rana, estaría dentro del 5% de población israelí de origen árabe. Así lo pone en su pasaporte, gracias al cual ha podido viajar al extranjero, especializarse en universidades de Estados Unidos o Europa; realizar exposiciones en Palestina y en el extranjero. Pero ella “es palestina”, así se siente y considera, más allá de lo que forzosamente ponga en su pasaporte. “No me gusta esa etiqueta, yo soy palestina”, puntualiza, señalando que desde pequeña ha ido reflejando en su arte matanzas y guerras perpetradas contra los palestinos, como la del poblado de Deir Yasin, en 1948
Esta joven de 36 años recuerda y desea recordar sus orígenes. Su familia y ella viven en Tarshiha, Galilea, que se ubica en lo que hoy es el norte del actual territorio de Israel. Su padre fue forzado a emigrar al Líbano dos veces, por mandato del ejército israelí. “La primera vez, en 1948, luego otra vez a finales de 1949, en esta ocasión, forzadamente soldados israelíes les metieron en camiones y les arrojaron a la frontera. Menos mal que mi abuelo paterno se quedó y mi padre pudo regresar a lo que hoy es nuestro hogar”.
El mensaje de Rana Bishara en su muestra “Homenaje a la infancia” es ante todo de esperanza, “la ocupación no nos hará perder la esperanza, creo totalmente en esta causa justa”. Y con esa ilusión, sueño de que un día se haga realidad, nos invita a pasear descalzos. Sí, a quitarnos los zapatos, porque esta exposición requiere que nos impregnemos de todo el simbolismo que ella, la artista, ha ideado. A través de los sentidos podemos sentir esa fragilidad de la niñez palestina. Una moqueta, que al pisar uno siente como suave, simboliza la ternura de la infancia; miles y miles de globos representan úteros “que protegen a los niños palestinos para que puedan crecer normalmente”. Pero estos globos son transparentes, sin color, “porque se ha robado a los niños la alegría, la pureza de la infancia”, puntualiza. Dentro de esos globos hay fotografías de niños palestinos, algunos de ellos muertos, otros sonrientes, a lo largo de las seis décadas del conflicto árabe-israelí. Arriba, en el techo hay estirados círculos de alambre de púas, a modo de “coronas” de ángeles, un simbolismo de una muerte o sacrificio de niños.
Y de fondo, como música que invade esta estancia, se escucha una nana popular del pueblo palestino. Todo sugiere esa fragilidad, esa sutileza de la infancia, que podemos destruir si al pisar con torpeza pinchamos un globo, acabando así con una vida. “Deseo reflejar así cómo la niñez requiere de protección y cómo muchas mujeres palestinas deben dar a luz en semejante clima de violencia, por lo que son frecuentes los abortos”, concreta esta artista palestina, que apenas desea ser fotografiada. Hay que insistir. Tiene claro que los protagonistas son los niños, “que no son simples números, como reflejan los medios de comunicación cuando hablan de muertos. Son toda una historia, son una marca para sus familias”.