Foto: docente palestina, Al Hroub.
01 de mayo de 2019
Por: Soledad Vallejos
Hace tres años, la docente palestina Hanan Al Hroub se consagró como la mejor maestra del mundo, el mismo título por el que peleó este año el docente argentino Martín Salvetti, que figuró entre los diez finalistas al Global Teacher Prize, que entrega la Fundación Varkey desde hace cinco años. La maestra, que da clases en una escuela primaria en territorios palestinos ocupados, con alumnos que conviven con oleadas de violencia armada desde que tienen recuerdo, ganó el premio por su particular técnica de enseñar dentro del aula: sus alumnos se la pasan jugando. Desde que empieza la clase hasta que toca el timbre.
De visita en la Argentina, invitada para participar del 3° Congreso Internacional de Educación que se realizó en Tucumán la semana pasada, Al Hroub estuvo también en Mendoza y el lunes pasado llegó a Buenos Aires. Contó primero su experiencia en una charla en la Feria del Libro, junto con otros docentes argentinos que fueron finalistas en las distintas ediciones al Global Teacher Prize, y conversó con La Nación antes de volver a su escuela, al norte de Ramalah, en Cisjordania.
«Enseñar en un contexto de violencia es muy difícil. Las experiencias que los chicos viven tienen un fuerte impacto en su comportamiento. Muchos se vuelven hiperactivos, agresivos, intolerantes. Son niños que no confían, que tienen miedo y van perdiendo de a poco su autoestima. Odian a su entorno, y llegan a odiarse a sí mismos. Mi primer objetivo en el aula es que puedan descargar ese enojo y que vuelvan a ser niños. Y el juego es el inicio de todo», dice Al Hroub, que decidió ser maestra después de una experiencia personal que sufrió en el año 2000 [época de la segunda intifada o levantamiento palestino], cuando un soldado le disparó a su marido en el momento en que retiraba a sus hijos de la escuela. «Estaban subiendo al auto y fueron testigos de todo. Volvieron a casa muy traumatizados. Pasaron los días y tenían comportamientos violentos, entre ellos y también conmigo. No querían volver a la escuela, y cuando fui a buscar ayuda en el colegio no supieron qué hacer».
Sin más recursos que su intuición como madre, y en una búsqueda desesperada por revertir la conducta agresiva de sus hijos y que recuperaran las ganas volver a la escuela, montó un aula dentro de su casa. Hizo lo que sabía, lo que siempre le había funcionado para lidiar con los berrinches, las diferencias y los gustos de sus cinco hijos: jugar. Entre todos. Los más grandes con los más chicos. Un trabajo de equipo. Juegos que implicaban desafíos, consignas que había que resolver, y que tenían su recompensa. «Logré dos cosas. Enseñarles nuevas cosas y que cambiaran de a poco su actitud. Después de eso volví a la facultad para recibirme de maestra. Lo que pasaba con mis hijos no era la excepción, y quería trabajar con otros chicos que también sufrieran trastornos de conducta por la violencia diaria que los rodea».
De su paso por Argentina, donde visitó escuelas y compartió experiencias con otros docentes, se va con la idea de que hay problemas que se repiten en cualquier punto del planeta. «Acá no se quejan de los conflictos armados, y sin embargo quedé asombrada por cómo los maestros trabajan con tantos casos de violencia. Tampoco tienen recursos suficientes. Hay muchos alumnos por grado, como sucede en mi escuela. Y el problema de los salarios bajos. Todas coincidencias. Buscan soluciones para los mismos problemas que tenemos nosotros», reflexiona la docente, que cada vez que tiene la oportunidad machaca con un mismo mensaje: «En la escuela primaria el momento de juego se toma como tiempo de recreo. Hay que volver a jugar dentro del aula para enseñar y aprender», asegura Hanan, que ayer fue distinguida por su trabajo en el Senado con la mención de honor Domingo Faustino Sarmiento.
-¿A qué juega con sus alumnos?
-Depende cuál sea el objetivo. Si es académico lo mejor es formar grupos pequeños más homogéneos en edad y características. Si quiero modificar un comportamiento, cuanto más diferentes son los integrantes del grupo, mejor. Jugamos con legos, con rompecabezas, hacemos competencias deportivas, desafíos artísticos. No todos los juegos funcionan de la misma manera.
-¿Recibió alguna vez quejas de los padres porque sus hijos se la pasan jugando?
-Suele suceder las primeras semanas del año. Los padres todos los días preguntan a sus hijos: ‘¿Qué hicieron hoy?’. Ellos dicen siempre lo mismo: ‘Jugamos’. Pero en su respuesta obvian todo lo que aprendieron durante esos juegos. Para los chicos lo más importante es que se divirtieron. Por eso los invito a que vengan a ver la clase. Así entienden cómo se trabaja.
Hanan tiene 47 años, y nació en un campamento de refugiados en Belén. Es una de las más pequeñas de 11 hermanos, y siempre le gustó ir a la escuela. «Cuando tenía 13 mis padres pensaron en que era el momento para casarme. Yo quería seguir estudiando, y gracias al apoyo de mis hermanos logré convencer a mis padres para retrasar ese momento». Se casó a los 18, después de haber terminado el secundario, y a los 25 ya era madre de 5 hijos: dos gemelas que hoy son abogadas, un varón que es administrador de empresas, otro que es jugador de básket y la más pequeña, que estudia arquitectura.
En la última edición del Global Teacher Prize, al que se lo conoce como el «Nobel de educación» por el millón de dólares que entrega como premio, el ganador fue el keniata Peter Tabichi, un maestro de matemática y física y hermano franciscano, que enseña en una escuela secundaria en una zona de bajos recursos. ¿Qué hizo con el millón de dólares la maestra Hanan Al Hroub? «Ayudo a los maestros que están interesados en aplicar mi método, y organicé un programa de becas para los alumnos que quieran ser maestros. El ingreso a la universidad es por promedio, y es realmente difícil ingresar. Pero mi sueño es construir un colegio donde pueda aplicar todas mis ideas».
Fuente: https://www.lanacion.com.ar