Desde el 14 de junio de 2007 la población palestina de Gaza vive en condiciones infrahumanas debido al bloqueo impuesto por Israel. 2 millones de personas, incluidas 1,4 millones de refugiadas y refugiados de Palestina, sobreviven prácticamente sin electricidad, sin agua y sin medicinas en una superficie de apenas 365 km2 (lo que da un promedio de 5.479 personas por kilómetro cuadrado), una de las densidades de población más altas del mundo. El 80% de los refugiados y refugiadas de Palestina depende de la ayuda de UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas por los refugiados y refugiadas de Palestina, para sobrevivir.
Desde la perspectiva de Roberto Valent, representante del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo de los territorios palestinos ocupados por Israel, en declaraciones ofrecidas en el 2018 para Radio Francia Internacional, “el enclave palestino ya es inhabitable”. Bloqueada por tierra, mar y aire desde hace más de una década, Gaza se ha convertido en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo y ha padecido cuatro bombardeos masivos por parte del ejército de ocupación Israelí desde 2008 y sufre una terrible situación socioeconómica por el bloqueo marítimo, aéreo y terrestre impuesto desde hace catorce años por Israel.
Durante la última década, las condiciones de vida en la Franja han empeorado considerablemente. El bloqueo impuesto por la ocupación israelí ha diezmado las vidas de sus habitantes y también sus medios de subsistencia. Sin posibilidad de entrar ni salir y con unas restricciones inhumanas a la importación y exportación de bienes y mercancías, una población bien formada y con alta cualificación profesional sufre la obstaculización constante de sus oportunidades de desarrollo personal y colectivo .Los gazatíes están sujetos a restricciones de movimientos, lo que significa que tampoco tienen permitido desplazarse a Israel y ni siquiera a Cisjordania ocupada.
La situación en Gaza tiene un terrible impacto psicológico sobre la población. El número de suicidios ha aumentado alarmantemente y la población infantil de la Franja, que representa a más del 50% del total, necesita ayuda psicológica. En el año 2019 algunas estadísticas de suicidio reflejaron que se suicidaba un joven en Gaza por semana. Entre un 20-30% de los jóvenes en Gaza tienen ideas suicidas. La ONU y otras organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional, califican el bloqueo a Gaza de «castigo colectivo», en clara violación del Derecho Internacional. Incluso algunos han conseguido una dramática relación entre lo que padecen las palestinas y palestinos de Gaza con el gueto impuesto a los judíos en Varsovia durante la II Guerra Mundial: “La sombra del gueto de Varsovia se cierne sobre Gaza”, así tituló Alastair Macdonald un artículo publicado en el año 2009 por la agencia Reuters.
El 97% del agua corriente de la Franja está contaminada.
Se calcula que 1,2 millones de habitantes no tienen acceso a agua corriente. Casi toda el agua de Gaza proviene del único acuífero de la Franja, de donde se saca casi tres veces más agua de la que naturalmente repone la lluvia, lo que da lugar a que se filtre agua de mar. La alta salinidad pone a los habitantes en peligro de sufrir cálculos renales y problemas urinarios.
El bloqueo israelí y las ofensivas militares han agravado la situación. Años de asedio han dañado o destruido gran parte de las instalaciones, incluidos pozos, bombas, plantas desalinizadoras y de tratamiento de aguas residuales. Infraestructura que no se puede reparar, ya que el 70% de los materiales que se necesitan para ello se consideran de “uso-dual” por las autoridades israelíes, lo que les lleva a rechazar o retrasar su entrada alegando “problemas de seguridad».
El problema del agua en Gaza nos afecta más de lo que creemos. No en vano, sin instalaciones adecuadas, ni electricidad, cada día se vierten al mar Mediterráneo alrededor de 110 millones de litros de residuos sin tratar, el equivalente a 44 piscinas olímpicas.
Dos millones de personas en la franja de Gaza viven con cortes de electricidad de hasta 20 horas.
Esto significa que no puedan hacer cosas tan básicas como ducharse, lavar la ropa, cocinar o estudiar en un horario normal. Durante la mejor época del año, el número de horas con luz en los hogares puede ascender a 12.
La crisis eléctrica provoca que la población dependa del combustible para encender su cocina, su lavadora o la luz del cuarto de baño. La electricidad no es estable y la falta de gasolina puede hacer que los generadores fallen en cualquier momento. En los hogares, muchos niños y niñas estudian con las velas encendidas, a pesar del peligro que ello supone, de hecho, varias casas se han incendiado y muchas personas han perdido la vida.
La falta de energía en Gaza socava unas condiciones ya de por sí muy frágiles entre los refugiados y refugiadas de Palestina. Esta situación se ha ido deteriorando en el contexto de ofensivas militares ejecutadas por el ejército de ocupación Israelí, afectando gravemente la disponibilidad de servicios esenciales, como la salud, el agua o el saneamiento. También a la economía, en particular al sector agrícola y al manufacturero.
La Franja de Gaza recibe el suministro eléctrico de tres fuentes principales: una planta local muy dañada durante la agresión israelí del verano del 2014, líneas de trasmisión desde territorio israelí, y otras similares provenientes de Egipto.
Escasez de medicinas
La escasez crónica de electricidad, así como las restricciones a la circulación de materiales y facultativos han provocado un grave deterioro de la disponibilidad y la calidad de los servicios de salud.
En febrero del año 2020, 19 centros de salud, incluidos tres hospitales, se vieron obligados a interrumpir los servicios porque no tenían suficiente combustible para mantener los generadores en funcionamiento. La situación se ve agravada por la dificultad para recibir tratamiento fuera de la Franja para lo que es necesario un permiso israelí que en muchas ocasiones nunca llega o llega demasiado tarde. En el 2019, sólo el 61% de todos los permisos fueron aprobados, una de las tasas más baja jamás registrada.
Tras 15 años de bloqueo israelí por tierra, mar y aire, y las reiteradas ofensivas militares israelíes en los últimos años, la población tiene pocas posibilidades de vivir con esperanza. La violencia, el paro y la falta de libertad de movimiento generan en la población frustración, indignación, estrés y depresión, que en los últimos años se están transformando en un aumento de los casos de suicidio.
Fuentes consultadas: Reuters, Amnistía Internacional, UNRWA, ldiario.es, mundo.es