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PPP: Postales Por Palestina, por Eduardo Grüner

¿Quién escribe, todavía, postales?

¿Es otro de esos géneros desvanecidos, o clausurados, por la velocidad virtual?

(la postal requiere su propio tiempo: se escribe con cierta respiración de los dedos, quizá se borronea por descuido del dorso de la mano, hay que volver a empezar, guardarla en un sobre que también se escribe, echarla en el buzón, confiarla al paso previsto de los días)

La postal, en efecto –si es que aún existe- se espera. Alguien imagina que la recibirá de otro, desde lejos: “alguien” se hace sujeto de esa espera, con toda la posible gama de disposiciones anímicas, desde la indiferencia rutinaria a la auténtica esperanza.

Alguien espera, pues, lo que alguien ha enviado. Frecuentemente, desde un lugar exótico, “turístico”. Con una imagen bella, de construido esplendor paisajístico. A veces, con ese enunciado estereotípico inmortalizado en un tema de Pink Floyd: Ojalá estuvieras aquí.

En 1948, estoy seguro, todavía se escribían postales. Tal vez en 1967 también.

Sí, pero: ¿Quién, hoy, escribiría, por ejemplo desde Gaza, Ojalá estuvieras aquí?

¿Se escriben, hoy, postales desde Palestina? Sería bueno saberlo. Sería bueno saber quién las espera con decidida esperanza.

Mientras tanto, sabemos algo: se escriben –hay quien lo hace- postales hacia Palestina.

Lo hace, es un ejemplo, un grupo de artistas. Escriben, dibujan, pintan, diseñan, postales. Y las envían a Palestina en Buenos Aires, a este pedazo de tierra palestina en la calle Río Bamba.

Llegan, esas postales, cuando justamente nadie las esperaba, solicitadas intempestivamente por alguien (Ana Longoni, para el caso). Es raro, convengamos: las postales siempre se esperan, rara vez se solicitan.

Es la primera, y está lejos de ser la única, de las rarezas que estas postales convocan. Nombremos algunas:

  1. Las postales no dicen Ojalá estuvieras aquí. Dicen: Estamos con ustedes, allá.
  2. Las postales no muestran paisajes bellos: muestran paisajes encerrados: secuestrados por alambradas de púas, o abrumados –hechos bruma- por un miedo que cae del cielo.
  3. Las postales, sin embargo, no muestran solo una tierra estática: sugieren asimismo la tierra que vendrá, una ausencia que no sea nostalgia sino el vacío por el cual luchar para llenarlo.
  4. Las postales no congelan los tiempos y los lugares: muestran una historia. También la Historia, a la manera de esa “pesadilla de la que no se puede despertar” que citaba Joyce.
  5. Son, por lo tanto, móviles. No me refiero a la obviedad de que viajan en el tiempo y el espacio. Sino a que se mueven dentro de sí mismas. Uno las mira, y a simple vista se transforman (las postales, siempre tan iguales a sí mismas, son aquí una gramática –y una dramática- de las metamorfosis). Digamos: una alambrada de púas, casi imperceptiblemente, se desliza hacia el diseño de un pañuelo palestino, y de paso insinúa un pentagrama musical (me permito yo mismo transformar ese deslizamiento en pequeña secuencia narrativa: no se empieza por el arte, se llega a él partiendo de la esclavitud y pasando por la lucha). O digamos: los granos de arena que caen dentro de la clepsidra, transformando una tierra en otra (pero, ¿acaso los relojes de arena no hay que darlos vuelta? Quizá habría que mirar esa postal al revés)
  6. Es extraño que, en una tierra que el “orientalismo” de entrecasa imagina como desértica, las postales, muchas de ellas, muestren tantos árboles. Ya se sabe qué pasa con los árboles: parecen quietos, pero se mueven sin que lo notemos. No es solamente que el viento –o la tormenta del desierto- los agite; como las postales, se mueven por dentro: crecen, hacia arriba –las ramas se esfuerzan hacia lo alto- y hacia abajo –las raíces se afirman subterráneamente: y también ellas pueden, si afinamos la mirada, fundir la tierra en un pañuelo-
  7. ¿Qué más se mueve, en las postales? Pájaros: a veces se enfrentan a un avión caza, otras simplemente remontan vuelo, o apuntan el pico al sol. Y mujeres, claro, varias mujeres, madres o no: potenciales dadoras de vida, aunque por ahora les toque enjugar lágrimas (el pañuelo, ellas lo saben, tiene muchos usos).

 

Podríamos seguir así hasta el infinito. En otras épocas, lo que sucede dentro de las postales se hubiera llamado dialéctica: un combate entre la catástrofe y el renacimiento (también aparece esa palabra, haciendo “sistema” con otras: la más abundante, de una manera o de otra, es libertad, es decir, de nuevo, “movimiento”). Esa dialéctica, si hemos podido mínimamente mostrarla, habla de una inversión de la lógica de la postal: es lo que corresponde al estado de emergencia permanente que es el aire que respira aquella tierra ausente y que, sin embargo, hunde raíces y levanta vuelo.

Las postales contienen arte, pero no son artísticas: por una vez –no será la única ni la última- podremos celebrar que el arte sea un instrumento. O mejor: una caja de herramientas.

Las postales están urgidas. Pero, como decíamos, requieren su tiempo. Habría que decir: se toman su tiempo, lo deciden, sabiendo que lo pueden hacer jugar a su favor. Casi parecería que pudieran “ilustrar” –si se puede hablar así del arte- eso que decía alguien, casualmente un palestino, y que encuentro, de pronto, citado en John Berger:

No estoy entre los conquistados, sino entre los derrotados a los que los vencedores temen. El tiempo de los vencedores es corto, y el nuestro es inconmensurablemente largo.

 

Eduardo Grüner