Gideon Levy para Haaretz.
La fotografía la distribuyeron hace poco los propagandistas del ejército israelí. En ella se ve cómo Mairead Corrigan-Maguire está siendo conducida fuera de la nave secuestrada Rachel Corrie en el puerto de Ashdod, mientras que un soldado del ejército más moral del mundo tiende su mano para ayudar a desembarcar a la honorable señora. No pasó mucho tiempo desde que el ejército israelí capturara violentamente el Mavi Marmara hasta que los propagandistas israelíes se apresuraran a vendernos su mercancía barata mostrándonos cómo trata a Israel a los “verdaderos” activistas por la paz, por contraste con los “terroristas” turcos que navegaban a bordo del buque abordado anteriormente.
Sólo han pasado cuatro meses desde el abordaje del Mavi Marmara y la misma dama ha pasado ahora un fin de semana encerrada en la cárcel para deportados del aeropuerto israelí Ben-Gurion. Mientras que nosotros disfrutábamos de otro fin de semana cálido y agradable, la laureada con el Premio Nobel de la Paz permanecía detenida en una cárcel israelí y a nadie parecía importarle un comino. Ni sentimos vergüenza, ni sentimos indignación, ni dijimos esta boca es mía. Era un suceso que sólo podía ocurrir en Israel, en Corea del Norte, en Birmania (Myanmar) o en Irán —que un Estado encarcele y deporte a una persona galardonada con el Premio Nobel de la Paz—, pero el asunto apenas suscitó aquí un bostezo.
Un tribunal ya ha respaldado la deportación en una resolución de un automatismo característico, y el Tribunal Supremo va a debatir la cuestión hoy.
Una vez más el nuevo Israel aparece retratado como un Estado replegado sobre sí mismo, detestable, y con una rama de la policía del pensamiento [desplegada] en el aeropuerto de Ben-Gurion. Intelectuales de renombre mundial como Noam Chomsky y Norman Finkelstein, el más famoso payaso de España, Iván del Prado, y ahora Mairead Corrigan-Maguire, son ignominiosamente deportados de Israel sólo porque se atrevieron a visitar el país. Y todo ello con el apoyo de una indiferencia pública patológica.
La irlandesa Corrigan-Maguire es una víctima del terrorismo de Estado. Antigua secretaria de la fábrica de cerveza Guinness de Belfast, tenía tres sobrinos, todos niños en la época, que fueron asesinados durante un atentado británico planificado en Irlanda del Norte. La madre de los niños —su hermana, que se suicidó poco tiempo después—, también resultó gravemente herida en el ataque. Finalmente, Mairead Corrigan-Maguire se casó con el viudo de su hermana y adoptó a sus hijos. La terrible tragedia familiar la convirtió en una activista por la paz y comenzó a izar la bandera de la resistencia no-violenta. Por esa razón, en 1976 ganó el Premio Nobel de la Paz (otorgado con carácter retroactivo al año siguiente).
En los últimos años Mairead Maguire ha tratado de izar esa bandera de Israel, un país que sabe mucho de terrorismo de Estado, de asesinatos y de matar a viandantes, pero que ahora le cierra brutalmente sus puertas en la cara.
Mairead Maguire se manifestó en Bil’in hace unos meses y participó en dos flotillas con destino a Gaza. He ahí su pecado. Israel también alega que Mairead Maguire “se desmadró” cuando los funcionarios intentaron sentarla por la fuerza en el asiento de un avión. Es difícil imaginar a esta dulce mujer desmadrándose. Ella misma dice que sólo trató de resistir pasivamente para poder finalizar el procedimiento de solicitud al que la autorizaba la ley.
Israel, como Corea del Norte, debe de tener algo que ocultar sobre su régimen de ocupación y por eso evita que gente con conciencia entre en el país e informe al mundo. Israel, como Corea del Norte, tiene miedo de cualquiera que trate de protestar contra él o de criticar su régimen. Ningún terrorista entra en Israel, pero tampoco entra nadie que se oponga al terror pero que se atreva a criticar la ocupación. Por razones de seguridad es mejor que también a ellos los llamemos “terroristas”, como falsamente etiquetamos a los activistas turcos. Así nos resultará más fácil tratar con ellos. Sí, nosotros preferimos el terror, porque sabemos bien cómo manejarlo.
Todos los que predican con santurronería a los palestinos que tomen la senda de la resistencia no-violenta deberían echar un vistazo a la cárcel para deportados del aeropuerto Ben-Gurion. Así es como serán tratados los manifestantes no violentos. Allí está detenida una activista por la paz, una mujer de conciencia a la que las autoridades israelíes han permitido recibir sus efectos personales durante el fin de semana sólo después de que interviniera la corte de distrito de Petah Tikva. Mairead Corrigan-Maguire aguarda la decisión de nuestro faro de justicia, el Tribunal Supremo, el cual —es de temer— tampoco se atreverá a oponerse a la deportación.
Si finalmente el tribunal ratifica hoy el ignominioso acto, en respuesta a la petición de la organización Adalah, entonces sabremos no sólo en qué nos hemos convertido —que así es como tratamos a los que abogan por la no violencia—, sino que también nuestro sistema judicial colabora con la traición y está contaminado hasta la médula.
Una Premio Nobel se encuentra encarcelada en Israel pocos días después de que Israel secuestrara otro barco de ayuda con destino a Gaza entre cuyos pasajeros se encuentran un judío sobreviviente del Holocausto, un padre israelí que perdió a su hijo en un ataque terrorista y un piloto de guerra israelí convertido en objetor de conciencia. Israel secuestró su embarcación para impedirles que llegaran a su destino y le recordaran al mundo el bloqueo de Gaza. Este es el retrato de Israel hoy.