En 2002, Israel proyectó un muro cuya longitud se estima en 721 kilómetros, para aislar a Cisjordania de su territorio. Diez años después, se han construido ya 434 km. Esta muralla es mundialmente conocida desde que, en 2004, el Tribunal de la Haya la declarase ilegal mediante una opinión consultiva al constatar que su trazado penetraba en territorio palestino en más del 80% de su recorrido, anexionando ilegalmente a Israel 530 kilómetros cuadrados de tierras cisjordanas.
Fuente: Erika Jara, Noticias de Gipuzkoa
Sin embargo, al abrir el zoom sobre el mapa de Palestina e Israel y en vista de todos los muros israelíes proyectados o en construcción, se observa que quizá no es Cisjordania la que se aísla.
En el sur de su territorio, Israel comenzó en 2010 a construir un muro de 230 km de largo y siete de alto sobre la línea de su frontera con Egipto. Su función principal, según el gobierno israelí, era la de prevenir la inmigración ilegal de africanos que penetraban al país a través de la península del Sinaí; desde los ataques y escaramuzas entre israelíes, egipcios y grupos de yihadistas provenientes de Gaza que tienen lugar en la frontera desde el estallido de la revolución egipcia, Israel alega también razones de seguridad. Las obras se han acelerado: desde el año pasado, cada día se construyen 500 metros más de muro, y se espera que este quede finalizado para finales de año.
Once kilómetros antes de llegar desde el Mar Rojo hasta el Mediterráneo, la muralla se une con el muro construido alrededor de Gaza, de 51 kilómetros de perímetro. El ejército israelí prohíbe a los gazauis acercarse a menos de un kilómetro del muro “por razones de seguridad”, con la consiguiente pérdida económica para que los que poseen allí, único lugar no urbanizado de Gaza, sus tierras de cultivo.
En el norte, una verja electrificada existe desde los 70 para separar Líbano de Israel. En junio del presente año, 1.200 metros de ella se transformaron en muro para aislar el pueblo israelí de Metula de sus vecinos libaneses. Con él se pretende, además, según explican las autoridades israelíes, prevenir el tráfico de armas y la entrada de espías de Hezbollah. Siguiendo hacia el oeste, la verja del norte se une a la construida sobre la línea de alto el fuego con Siria en la guerra de Yom Kippur en 1973, que separa Siria de los Altos del Golán Sirios ocupados, con una franja de tierra de nadie entre los dos que vigila la ONU. Esta, a su vez, bajando hacia el sur, se topa con el primer muro construido por Israel en los 60 entre su territorio y Jordania, que desciende por debajo del mar de Galilea hasta unirse con el muro cisjordano.
Miedo a “La Jungla”
El único tramo de frontera que aún no ha sido amurallado es el que va desde el Mar Rojo hasta Cisjordania, pero este no permanecerá así por mucho tiempo; el primero de enero de este año Netanyahu anunciaba que, cuando terminase con el muro en la frontera egipcia, comenzaría a construir otro desde el sur de la frontera con Jordania pues, según explicó, “los inmigrantes ilegales procedentes de África podrían dar un rodeo al toparse con el muro en la frontera egipcia y decidir entrar a través del sur de Jordania”.
Israel defiende que la construcción de estos muros es necesaria, no sólo por las “crecientes amenazas a la seguridad”, sino también porque el pasado año más de 16.000 inmigrantes ilegales entraron en Israel. “Las buenas verjas crean buenos vecinos”, argumentan multitud de políticos de la coalición gobernante cuando se les pregunta; y las construyen, apostilla el ministro de Defensa Ehud Barak, porque “somos una villa en medio de la jungla”. Egipto no ha puesto inconvenientes a la construcción del muro en su frontera y la ONU y el ejército libanés lo permitieron e incluso, en el caso del segundo, supervisaron el muro construido en la frontera libanesa.
En el caso Cisjordano, las verjas no han sido “buenas” ni han creado “buenos vecinos”. Antes del muro y de la división por zonas de control derivada de los Tratados de Oslo, palestinos e israelíes tenían la posibilidad de acceder a todo el territorio y, aunque a diferencia de ahora, las ciudades palestinas debían soportar la presencia de soldados israelíes, existía el contacto entre ambas partes. Multitud de palestinos que trabajaban allí antes de la Segunda Intifada conservan viejas amistades al otro lado del muro, mientras que, del mismo modo, aún se pueden encontrar israelíes que afirman que iban al dentista a Ramala o a hacer sus compras en los mercados de Belén. Los más jóvenes de ambos bandos no han tenido tantas oportunidades de encontrarse y conocerse, y tienden a identificar todo aquello desconocido que se encuentra al otro lado del muro con el enemigo.
Son muchas las críticas de este amurallamiento desde el interior de Israel. El periodista del diario israelí Haaretz Guideon Levy resumía recientemente ante los micrófonos de Al Jazeera que “quizá algunos de los muros sean legales, pero nadie se pregunta de dónde viene o por qué existe ese peligro externo. Nos encerramos, nos desentendemos de nuestros vecinos y luego nos quejamos de las amenazas de fuera. Amurallarse no es la solución a nuestros problemas, porque nos estamos aislando de la región cuando lo que deberíamos hacer es integrarnos en ella.”