Revista Pueblos
¿Cuándo, por qué y con qué aval internacional se crea Israel? ¿Quién vivía en esa tierra antes de que se creara ese Estado? ¿Cuál es la diferencia entre sionismo y semitismo? ¿Tienen los mismos derechos todos los israelíes? ¿Cuáles son las fronteras de Israel según la ONU? ¿Cuántos palestinos viven fuera de su tierra? ¿Qué dicen las resoluciones del Consejo de Seguridad con respecto al conflicto árabe-israelí? ¿Cumple Israel esas resoluciones? Son preguntas básicas y lógicas que surgen a quienes desean comprender mínimamente el conflicto palestino-israelí y a las que no se encontrará respuesta en los medios de comunicación a pesar de que todos los días hay noticias sobre la región.
Las rutinas actuales de los medios de comunicación impiden conocer todos estos antecedentes históricos y elementos de contexto imprescindibles para comprender el conflicto árabe-israelí. Con toda seguridad, si un ciudadano pretendiese mediante la lectura diaria de la prensa y el noticiero televisivo de cada noche comprender lo que sucede en la región no lo lograría. Asistiría a un goteo de noticias mal hilvanadas según las cuales ayer supo que hubo una reunión de líderes, hoy que mataron a dos palestinos, mañana que un suicida explosiona en un autobús. ¿Sirven esas informaciones para comprender algo?
En junio de 2007 fue noticia [1] esporádica la difusión de una grabación del soldado israelí capturado por Hamas un año antes. Así pudimos desempolvar, olvidada casi por los medios, la detención que provocó que el ejército israelí destrozara las infraestructuras de Gaza y matara a 400 palestinos, la mitad civiles. Sólo es un ejemplo de cómo la obsesión de los medios por la inmediata actualidad y su consiguiente olvido impide que ofrezcan la perspectiva necesaria para comprender los acontecimientos. Por otro lado, la confusión que transmiten los medios hace imposible que las audiencias entiendan las diferentes posiciones de los actores en conflicto. Si observamos los medios de comunicación, parece que el problema es básicamente de intolerancia y violencia entre palestinos y judíos, sin más elementos de profundización ni contexto. En otras muchas ocasiones, los medios se regodean excesivamente en las “cumbres de Jefes de Estado, giras de gobernantes y similares, y en detalles y otras anécdotas sin interés pero increíblemente muy comentadas. Se trata, en suma, de prestar atención a todo menos a lo esencial del asunto y que la gente se pierda en detalles” [2].
Otra cuestión que afecta mucho a los profesionales es el sentirse cohibidos por Israel por una razón incuestionable: los judíos fueron las principales víctimas de algo tan atroz como el Holocausto. “El Estado israelí vive de su condición de víctima (condición que no le otorga a los palestinos, pese a ser sus víctimas) y cataloga a cualquiera que cuestione la actuación de sus gobernantes de «antisemitas»” [3].
Los periodistas nunca recurren a la rigurosa bibliografía que investiga el comportamiento de los israelíes con los palestinos. Obras como La limpieza étnica de Palestina, donde el historiador israelí y judío Ilan Pappé explica que la deportación de los palestinos en 1948 formó parte de una estrategia cuidadosamente diseñada por los dirigentes judíos de organizaciones armadas (entonces ellos ponían bombas en edificios civiles como en el Hotel King David de Jerusalén, con 91 muertos, aunque nadie les califique de “terroristas”) para quedarse con la mayor parte de la Palestina histórica.
Los antecedentes son tan importantes para comprender el conflicto árabe-israelí que uno de los principios fundamentales del gobierno de Israel (el único de los dos bandos que tiene dinero, poder e influencia en los medios) es intentar manipular la historia a su favor. La operación llega incluso hasta Wikipedia. En marzo de 2008 el portal Electronic Intifada [4], gestionado por el periodista estadounidense-palestino Ali Abunimah, denunciaba que el grupo israelí Comité para la Precisión de la Información sobre Oriente Próximo en América (CAMERA) reclutaba voluntarios para editar la enciclopedia on line e impedir así que los “editores antiisraelíes introduzcan todo tipo de prejuicios y errores en muchos artículos relacionados con Israel” [5].
Doble rasero
Sin duda, el conflicto árabe-israelí es el que más sufre el fenómeno del doble rasero. Noam Chomsky ha señalado la diferente trascendencia mediática del asesinato de un minusválido estadounidense en el secuestro por un comando palestino del transatlántico Achille Lauro (octubre 1985) que entró en los anales del terrorismo, frente a la muerte acribillado a balazos de un minusválido palestino cuando huía en su silla de ruedas con una bandera blanca en Yenín en 2001, condenada al silencio [6]. Un colectivo de personalidades destacadas en el análisis y crítica de la situación en Israel/Palestina realizó un estudio estadístico de la cobertura de la Intifada palestina durante 2004 [7] en tres televisiones estadounidenses. Concluyeron que existía una cobertura significativamente deformada. Los medios analizados informaron de muertes de niños israelíes con un porcentaje de una media de diez veces mayores que las muertes de niños palestinos. Considerando que en el periodo estudiado murieron 22 niños palestinos por cada niño israelí, el desequilibrio en la cobertura es evidente.
Pero veamos ejemplos más concretos. En junio de 2006 un diario titulaba “Hamas rompe la tregua y reivindica el lanzamiento de cohetes contra Israel” [8]. En el texto comprobamos que es la respuesta “al ataque naval del ejército israelí que ayer acabó con la vida de siete civiles palestinos”. En conclusión, Israel mata siete civiles, Hamas responde con siete cohetes que no causan ni muertos ni heridos y quien ha roto la tregua, los que originan violencia, son los palestinos. Podemos leer titulares como “Víctima número 3.000 de la Intifada palestina” [9]. En contra de lo se podría pensar, no hacía referencia a un israelí muerto a manos de activistas palestinos, sino que el muerto era un policía palestino asesinado en Gaza en una incursión del ejército israelí. Hasta los palestinos son víctimas de la Intifada. En el imaginario de la comunidad internacional las víctimas se perciben como procedentes de los dos bandos, pero estos se presentan uno como terrorista y otro como el ejército regular de un gobierno democrático. Desde el año 2000 hasta marzo de 2008, el ejército israelí había asesinado a mil niños Anápolis, en noviembre de 2007, han sido asesinados trescientos 331 palestinos, entre ellos 39 niños [10]. Estaríamos, por lo tanto, ante una situación en la que, en su “lucha contra el terrorismo”, Israel mata más niños que soldados mata el “terrorismo palestino”.
El doble rasero se aprecia perfectamente en el lenguaje utilizado. Y todavía más en los artículos de opinión. Podemos leer “atentados salvajes” [11], cuando se refieren a un ataque suicida palestino que mata a tres personas en Israel, o “cúmulo de errores” [12] en el titular del editorial al día siguiente de que Israel matara a un dirigente de Hamas y a diez civiles palestinos, entre ellos tres niños y tres mujeres que pasaban la tarde en la playa. En el conflicto palestino-israelí la batalla del lenguaje es vital para Israel, nadie duda de que la mayoría de los lectores sólo reparan en los titulares y que estos suelen ser elegidos por los jefes de redacción y no por los corresponsales. Un ejemplo es el uso de “capturado” o “secuestrado”. En televisión escuchamos hablar de un “joven secuestrado de 19 años” [13]. Una forma muy peculiar para referirse a un soldado israelí capturado por las milicias palestinas. Podemos encontrar también una noticia titulada así: “Soldados israelíes arrestan al viceprimer ministro palestino Naser al Shaer”. Y subtitulada de esta forma: “La operación se encuadra dentro de las acciones de Israel contra miembros de Hamás tras el secuestro del soldado hebreo Gilad Shalit el pasado mes de junio” [14]. Obsérvese que en Palestina los ministros civiles y no armados cuya casa allanan los soldados hebreos son “arrestados” y los militares israelíes armados que son capturados por las milicias palestinas son “secuestrados”. En la misma línea, el muro no es muro sino valla de seguridad, los radicales judíos son ortodoxos mientras que los radicales palestinos son terroristas.
Las fuentes y analistas
El principal sesgo para la información sobre el conflicto palestino-israelí es que “los medios norteamericanos utilizan a periodistas judíos recibiendo así, en el 99 por ciento de los casos, una información distorsionada y sesgada”. Si bien los corresponsales de los medios españoles en la región son también españoles, “casi la mitad de ellos tienen periodistas judíos en sus oficinas. Ninguno cuenta con periodistas, ni siquiera con colaboradores, palestinos, y sobra decir que los judíos no entran en los territorios palestinos ni tampoco en los países de la región” [15]. Por otro lado, “la comodidad lleva a la mayoría de los corresponsales occidentales a no entrar tampoco en Gaza o en Cisjordania a no ser que sea gravísimo lo que ocurre. Gaza es un lugar incómodo, higiénicamente cuestionable y de difícil tránsito: hay un millón de historias por contar, pero ese argumento no suele convencer, así que el volumen de información que se publica sobre los palestinos es irrisorio en comparación con las historias sobre israelíes” [16].
Un mecanismo habitual de los medios de comunicación para deslizar su línea editorial de forma no explícita es la selección de los analistas. Bajo la apariencia de expertos, más que de opinadores, esas firmas reproducen la línea política que se desea, mediante la técnica de elegir previamente al que comparte ideario con el medio. “El lobby israelí en España, como en el resto del mundo, es muy poderoso y enseguida ‘congenia’ con gente afín en las redacciones (en ocasiones redactores jefe, o más allá) para reconducir informaciones, cuestionar el vocabulario empleado y ‘vender’ comentarios de ‘expertos’, además de ofrecer viajes pagados a Tel Aviv para desde allí ‘demostrar’ que el muro no es muro sino valla, que los palestinos se quejan de vicio y que son un pueblo víctima amenazado por sus desagradables vecinos árabes, que ya nacieron con el odio corriendo por sus venas” [17].
Otro desequilibrio es la selección de las personalidades y analistas que eligen cuando abordan determinados acontecimientos. El País, la víspera del aniversario de la Nakba, fecha que señala la expulsión de 750.000 palestinos, la cubrió con una entrevista con Daniel Baremboin, un director de orquesta pacifista israelí, muy respetable, por supuesto, pero israelí; un encuentro digital con el embajador israelí en España, y la llegada de Bush a Israel (que, por cierto, era Jerusalén, no Israel, matiz que nadie hace).
La democracia israelí
Los medios reproducen el discurso político de que Israel es la única democracia de la región. Pero se trataría de “una democracia extraña en la cual los militares ejercen a menudo funciones claves. Piense, por ejemplo, en Ariel Sahron, Ehud Barak, Benjamín Netanyahu, Isaac Rabín o Menahem Begín. Todos son militares o proceden de organizaciones militares. Y todos han llegado a ser primeros ministros de Israel [18].
Amnistía Internacional, en el informe titulado “El racismo y el Ministerio de Justicia”, difundido en 2001, dejaba en evidencia el racismo de la “democracia” israelí donde varias leyes son explícitamente discriminatorias ya que se basan en la premisa de un Estado judío para el pueblo judío. En consecuencia, discriminan a los no judíos, en concreto a los palestinos que han vivido en estas tierras generación tras generación. En algunos casos garantizan explícitamente un trato preferente a los ciudadanos judíos en esferas como la educación, la vivienda pública, la salud y el trabajo [19].
Actualmente se oculta, al menos, tanta información como la que trasciende. Las duras condiciones en las que deben sobrevivir los palestinos rara vez se reflejan en los medios de comunicación. Y, menos aún, en noticias ligadas a las políticas aplicadas por el gobierno y el ejército israelíes. Por ejemplo, en Cisjordania un palestino sólo dispone de 50 m3 de agua al año para cubrir todas sus necesidades: beber, lavarse, cocinar, agricultura, industria, etcétera. Sin embargo, cada colono ilegal dispone de 2.400 m3 de agua al año. Pero, además, son los palestinos los que financian el agua, porque pagan más del doble que un israelí por la misma cantidad. Con la electricidad sucede algo similar, Israel destruyó la única empresa que producía electricidad en Palestina y les impidió comprar nuevos generadores por lo que tienen que comprarla toda a Israel al doble del precio que paga un israelí [20].
El conflicto palestino-israelí se ha enquistado en la agenda mediante el formato de difundir lacónicamente partes de guerra de muertos y heridos. Cuando nos llega un protagonista palestino con nombres y apellidos es porque tenemos las imágenes de vídeo previas a su martirio, nunca aparecen los palestinos que luchan para sobrevivir mediante la cooperación y la ayuda mutua.
El silenciamiento también se aplica a las voces que se levantan denunciando la política israelí. En julio de 2006, dos premios Nobel de Literatura, José Saramago y Harold Pinter, junto a otros dos escritores de prestigio internacional, John Berger y Noam Chomsky, difundieron un escrito titulado “En defensa del pueblo palestino” [21]. En la prensa española sólo mereció una carta al director de El País [22]. Y ello a pesar de que se hacía pública en plena masacre de un pueblo, una guerra regional entre Israel y el Líbano que afectaba a varios países y a toda la región, la crisis en el Consejo de Seguridad de la ONU y miles de ciudadanos manifestándose en las calles. La denuncia de estos destacados intelectuales quedó como una carta al director, como si fuese una queja vecinal por la recogida municipal de las basuras. Esto contrasta con el trato diferente que tuvo, en 2003, uno de esos Nobel, José Saramago, cuando escribió unas breves líneas criticando unas condenas a muerte en Cuba. Entonces mereció la portada en ese mismo diario y un privilegiado espacio como artículo de opinión que además fue recogido por todos los medios y agencias.
*Pascual Serrano es periodista. Este texto es un extracto del capítulo referente a Asia de su libro Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo, Península, 2009.
Este artículo ha sido publicado en el nº 52 de Pueblos – Revista de Información y Debate - Especial junio 2012: Palestina
Notas
[1] El País, 26-6-2007.
[2] Agustín Velloso. Entrevista con el autor.
[3] Mónica G. Prieto. Entrevista con la autora.
[4] http://www.electronicintifada.net/.
[5] G. Prieto, M, “¿Se puede reescribir la historia?”, El Mundo, 23-4-2008.
[6] Chomsky, N, Piratas y emperadores. Terrorismo internacion
[7] Ver http://www.ifamericansknew.org/media/net-report.html.
[8] El Mundo, 10-6-2006.
[9] El País, 1-3-2003.
[10] Ramonet, I, “Por una resistencia de masas no violenta contra Israel”, entrevista con el líder palestino Mustafá Barghouti, Le Monde Diplomatique, mayo 2008.
[11] Editorial, El País, 30-1-2007.
[12] Editorial, El País, 10-6-
[13] Tele 5, 26-6-2006.
[14] El País, 19-8-2006.
[15] Mónica G. Prieto, Entrevista con la autora.
[16] bídem.
[17] Ibídem.
[18] Véase nota 10.
[19] Informe de Amnistía Internacional, de 2001: Racism and the Administration of Justice (Racismo y el Minis terio de Justicia).
[20] Véase nota 10.
[21] Se puede encontrar en Rebelion y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=34982.
[22] El País, 21-7-2006.