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El 14 de junio, cincuenta organizaciones internacionales marcaron el quinto aniversario del asedio israelí a Gaza, llamando a Israel a que ponga fin al bloqueo de la pequeña y empobrecida Franja.
“Durante más de cinco años en Gaza, más de 1,6 millones de personas han estado bajo el bloqueo, en violación del derecho internacional. Más de la mitad de estas personas son niños. Los abajo firmantes decimos unánimemente en una declaración conjunta: ‘pongan fin al bloqueo ahora’”.
Los signatarios incluyen organizaciones de renombre como Save the Children, Oxfam, la Organización Mundial de la Salud, Amnistía Internacional y Médicos del Mundo. La redacción de la declaración era un espejo de los muchos otros llamados más recientes. La única diferencia notable es que durante el asedio la población de Gaza aumentó de 1,5 a más de 1,6 millones de habitantes.
A la declaración le siguió una fuerte censura del asedio por parte de la Subsecretaria General Adjunta de Asuntos Humanitarios, Valerie Amos. Amos denunció lo que describió como un “castigo colectivo de todos los que viven en Gaza y… una negación de los derechos humanos fundamentales en contravención con el derecho internacional”. La funcionaria pidió que el bloqueo “se levante de inmediato para poder mantener los servicios esenciales y la infraestructura”.
La condena a las violaciones de los derechos en Palestina por las principales organizaciones humanitarias y los defensores de los derechos humanos no es nada nuevo. Por desgracia, este tipo de llamadas raramente son seguidas por campañas políticas organizadas. Los gobiernos occidentales están muy poco preocupados por el drama que allí acontece. Históricamente ellos han empleado una política selectiva de indignación cada vez que se violan los derechos humanos. Peor aún, en muchos casos, las potencias occidentales han asumido un papel activo permitiendo que Israel continúe con el sometimiento de los palestinos.
El llamado de las organizaciones de derechos humanos habría sido más significativo si estuviera dirigido a las potencias occidentales que apoyan las acciones de Israel. Promover la idea de que el asedio de Gaza es una iniciativa totalmente israelí es un embuste que hay que exponer. Igualmente engañosa es la discusión sobre la guerra letal de Israel contra Gaza (Plomo Fundido 2008-2009) sin la debida referencia al fuerte respaldo político y militar de EE.UU. y otras potencias occidentales. Sin ese apoyo, Israel nunca podría haber logrado mantener sus costosas aventuras de guerra o construir el llamado muro de separación o los asentamientos ilegales.
Los palestinos están cada vez más frustrados por el hecho de que, si bien todas las crisis políticas-humanitarias en la región son inducidas y se las califica como tales, el asedio de Gaza se limita a una discusión de si permitir o no la entrada de alimentos en la Franja. Los palestinos no son un experimento colectivo, a pesar de cualquier afirmación de que Israel diga lo contrario. Esta es realmente una cuestión de política, tal como lo formuló el político israelí Dov Weissglass, un antiguo socio cercano del primer ministro Ariel Sharon. “La idea es poner a los palestinos a dieta, pero no para hacerlos morir de hambre”, dijo una vez. Esa “dieta” colectiva formaba parte de una política más amplia que acompañó el despliegue israelí denominado “desconexión” de la Franja de Gaza. “La separación es en realidad formaldehido. Se suministra la cantidad de formaldehido necesaria para evitar un proceso político con los palestinos”.
Una triste ironía es que en el día de la condena internacional al asedio de Gaza, el presidente de EE.UU., Barack Obama, galardonaba a Shimon Peres con la Medalla Presidencial de la Libertad. Elogiado por Obama por su “espíritu indomable”, Peres previó y defendió la ocupación ilegal israelí, las masacres y los malos tratos a los palestinos a través de sus diversos cargos en el gobierno de Israel, tanto como primer ministro y también como presidente.
El riesgo real es que el asedio de Gaza se está convirtiendo en parte de un statu quo más grande impuesto y defendido por Israel y sus benefactores. También se olvida el hecho de que antes del asedio, Gaza era un territorio ocupado por Israel, junto con los territorios ocupados de Cisjordania y la anexión ilegal de Jerusalén Este. Por lo tanto, no tiene poco sentido que The Economist titulara el artículo que conmemora el sitio como: “La Franja de Gaza: ¿alguna vez volverá la normalidad?” (16 de junio).
En lugar de discutir el asedio ilegal israelí como un punto de partida de su argumentación, la revista trató de poner de relieve la capacidad de Hamás y su relativo éxito de soportar “cinco años de asedio como castigo, los bombardeos y la guerra”. Una vez más, se utiliza a los palestinos como un experimento colectivo de guerra y asedio. “Pero después de haber construido su imperio local, Hamás está indeciso de cómo continuar”, afirmó el artículo.
Dicha cobertura es típica, ya que la guerra de Israel y el asedio se promueven en medios de comunicación como un hecho de la vida que no merece la condena o la censura. Si el análisis se hace sobre los hechos cotidianos, se centra en “la capacidad de los terroristas” para soslayar la presión y mantener su “imperio local”.
Israel no ha logrado doblegar la voluntad de los palestinos, aún con cinco años de asedio en Gaza, tampoco para obtener concesiones políticas a cambio de alimentos o de medicamentos que salvan vidas. Sin embargo, ha tenido éxito en mejorar la intensidad de sus guerras y asedios a perpetuidad a los palestinos; y, de alguna manera en la normalización de esas realidades violentas e inhumanas, que son esmeradamente criticadas por algunos y también incondicionalmente defendidas por otros.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Ha escrito los libros The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle y My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story, (Pluto Press, London).