Uruknet
Me llamo Naser Nawaj’ah. Tengo 30 años. Mi madre me parió en una cueva de Susya al-Kadis. Ustedes conocen Susya como asentamiento judío en las colinas del sur de Hebrón, pero Susya es en primer lugar una aldea palestina que existía antes del establecimiento del Estado de Israel.
Llevo el nombre de mi abuelo que todavía vivía en aquella época. En 1948 fue desplazado de su aldea próxima a Arad, en el sur del actual Israel. Cuando fueron expulsados, mi padre era solo un niño y mi abuelo lo llevó en sus brazos hasta que llegaron a casa de su familia en Susya al-Kadis. Esperaban retornar a su aldea un día pero mi abuelo murió sin haberla visto de nuevo siquiera.
Un año después de nacer, en 1983, se estableció el asentamiento de Susya. En 1986, después de que unos arqueólogos israelíes hallaran restos de una sinagoga en nuestra aldea, fuimos expulsados de nuevo. Tenía cuatro años. Mi padre me cogió en sus brazos mientras los buldóceres destruían nuestros hogares y bloqueaban las cuevas en las que vivíamos. Nos dispersamos en nuestras tierras agrícolas alrededor de la aldea. Los adultos esperaban que algún día volveríamos a nuestras cuevas pero construyeron un muro alrededor de la aldea y se convirtió en un lugar arqueológico. Hoy todavía vivimos en nuestra tierra agrícola y puedo ver el lugar donde nací pero ya no puedo ir allí. Israelíes y extranjeros de todo el mundo entran en el sitio pero yo no puedo.
Después de 1990, comenzaron nuevamente los intentos de expulsión. A pesar de que tenemos documentos que prueban que la tierra nos pertenece, las cuevas en las que vivíamos y nuestros pozos de agua fueron destruidos. Pero cada vez, volvíamos y los construíamos de nuevo. Al mismo tiempo, el asentamiento israelí de Susya continuó floreciendo y creciendo. En 2001, tras el asesinato de Yair Har Sinai, llegaron colonos con el ejército y de nuevo destruyeron las cuevas y los pozos y arrancaron nuestros árboles. Hasta 10 días después y tras una decisión provisional adoptada por el Tribunal Superior de Israel no pudimos regresar a nuestros hogares.
Hoy en día vivimos en tiendas de campaña —e incluso por estas nos han amenazado con órdenes de demolición que nos obligan a obtener permisos para ellas. Esta es la vida de un palestino de la Zona C de Cisjordania. Se nos niegan los permisos de construcción y se nos deshereda y expulsa de nuestra tierra. Cada vez que solicitamos permisos al ejército israelí, nos los niegan. Las tuberías de agua de la Compañía de Agua Mekorot de Israel pasan a varios metros de distancia de nuestro pueblo —llevan agua a los asentamientos ilegales que nos rodean pero nosotros no podemos obtener agua de ellas. No tenemos acceso al agua que fluye por esas tuberías a pesar de que esa agua es nuestra, el agua que Israel bombea de Cisjordania.
Nos vemos obligados a vivir del agua de lluvia que recogemos en nuestros pozos. La situación del agua en las colinas del sur de Hebrón es muy grave y nos vemos obligados a comprar agua traída en camiones cisterna para mantenernos durante todo el verano. Pagamos 35 NIS por un metro cúbico de agua —alrededor de cuatro veces más de lo que se paga por el agua dentro de Israel.
Hace cuatro meses, la organización Regavim presentó una petición ante el Tribunal Supremo exigiendo que nuestro pueblo, Susya, sea destruido. Se refieren a él como un “puesto de avanzada ilegal” y afirman que representa una amenaza a la seguridad. La semana pasada hubo una audiencia en el Tribunal Superior de Israel. Llaman a mi pueblo un puesto de avanzada palestino ilegal. Sin embargo, éstas han sido nuestras tierras desde antes de la creación del Estado de Israel. Mi padre es más viejo que su Estado y, ¿yo no soy legal en mi propia tierra? Yo pregunto: ¿qué justicia hay en ello? Para vuestros tribunales hay una diferencia entre un palestino y un colono. Ustedes lo llaman construcción ilegal pero de lo que estamos hablando es de una cueva subterránea que tiene cientos de años de antigüedad.
A nuestro alrededor, en la zona de Susya, hay puestos de avanzada ilegales de asentamientos israelíes, y hay muchos edificios dentro de los asentamientos con órdenes de demolición pendientes, pero tienen de todo. El gobierno les proporciona la infraestructura para el agua y la electricidad a pesar de que según la ley israelí son ilegales, y no les pasa nada. ¿Y ahora queréis desplazar al viejo de su casa? Expulsarnos de la tierra que nos pertenece, en la que hemos vivido de generación en generación, eso es todo lo que sabemos.
Naser Nawaj’ah es investigador de campo de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem y residente en Susya, en las colinas del sur de Hebrón, Cisjordania. Este artículo apareció originalmente en el portal de noticias Ynet en hebreoy ha sido traducido al inglés por Libby Lenkinski.