Tres décadas después de que el ejército israelí expulsara a los beduinos del Sinaí, la destrucción y derribo de casas árabes continúa en toda Cisjordania.
Haaretz
La semana pasada los evacuados de Yamit conmemoraron el 30 aniversario de la demolición de su asentamiento ilegal en la parte norte de la península del Sinaí. Los boletines de radio omitieron alegremente mencionar el hecho de que la construcción de estos asentamientos en el Sinaí fue precedida por actos masivos de destrucción. Bajo las órdenes del entonces ministro de Defensa Moshe Dayan y del jefe del Comando Sur Ariel Sharon, en 1972 el ejército israelí expulsó en secreto de un área de 140.000 dunams a 1.500 familias beduinas de las tribus Al-Ramilat. Como Oded Lipschits escribió en febrero del 2002 en un artículo publicado en el diario del movimiento kibutznik Hadaf Hayarok, sus recuerdos de aquellos acontecimientos reverdecieron cuando en 2002 el ejército israelí demolió casas en Rafah. Refiriéndose a lo que sucedió años antes en el Sinaí, escribió lo siguiente: “Un grupo de miembros de varios kibutzs de la región, entre los que me encontraba, comenzamos a investigar. Salimos a recorrer la zona y nos quedamos atónitos al constatar la magnitud de las ruinas y el número de personas que fueron expulsadas. El ejército y el gobierno negaron los hechos que presentamos y declararon que sólo habían evacuado a unos pocos nómadas que habían invadido recientemente tierras propiedad del Estado”.
Una comisión de investigación determinó finalmente que la expulsión se llevó a cabo sin autorización gubernamental. Dayan actuó por iniciativa propia. Hubo algunas recriminaciones por “abuso de autoridad” y degradaron a algunos oficiales de bajo rango. Sin embargo, el gobierno de Golda Meir llevó a cabo un plan preparado de antemano para construir asentamientos en la misma región de la que habían expulsado a los beduinos. Lipschits escribió: “Sadat y altos funcionarios egipcios escribieron en retrospectiva que la decisión del gobierno israelí de establecer [en el Sinaí] una gran ciudad israelí [Yamit] fue la gota que colmó el vaso y lo que motivó que Egipto abandonara toda esperanza de un acuerdo de paz y decidiera iniciar la guerra del Yom Kippur”.
Destrucción y abandono
Pasemos ahora de Lipschits y el Sinaí a los territorios ocupados de nuestros días, donde la destrucción y las demoliciones continúan sin cesar. Las cosas se mantienen en silencio incluso sin necesidad de que el censor adopte medidas coercitivas, y se promueve sistemáticamente el objetivo de convertir las zonas “C” en tapones para impedir el crecimiento natural de Palestina. Nuevos planes generales desarrollados por Israel han dejado fuera a los palestinos de la zona C, de modo que para ellos se mantiene la prohibición de edificar. Realizar conexiones a la red de agua y electricidad es ilegal, pero todos los actos de derribo son “legales” y “autorizados”.
Según datos recogidos por la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), desde comienzos del presente año hasta el 3 de abril la Administración Civil [israelí] ha destruido 184 estructuras palestinas y 338 personas han perdido su hogar. Por ejemplo, durante la semana del 21 al 27 de marzo las autoridades israelíes derribaron 24 estructuras, entre ellas seis edificios residenciales. Esa semana perdieron su hogar 36 personas, entre ellas 13 niños. Los israelíes destruyeron también seis estructuras pertenecientes a las comunidades de pastores de Tel al Hema y Frush Beit Dajan, en el norte del Valle del Jordán. Dafna Banai y Dorit Hershkowitz, militantes de base del movimiento Checkpoint-Watch, visitaron Tel al Hema dos días después de los derribos. La siguiente traducción realizada por Banai del informe del 29 de marzo está tomada del sitio web Rebuilding Alliance (Alianza para la Reconstrucción):
“El lunes 26 de marzo del 2012 la oscuridad cayó sobre la familia de Khabis Sawaftah. Mientras los miembros de la familia se afanaban en sus tareas matinales dos excavadoras, 12 vehículos de la Administración Civil, personal de la Policía de Fronteras y unos 40 soldados adicionales descendieron sobre ellos y les ordenaron salir de casa. Khabis, su esposa y sus cinco hijos permanecieron de pie a 20 metros de distancia, con los soldados interpuestos entre ellos y el edificio. La familia vio cómo el personal de la Administración Civil arrojaba fuera sus pertenencias —sacos de lentejas y arroz, mantas y colchones, libros escolares y ropa —, esparciendo todo por el suelo como si fuera basura.
Cuando terminaron de sacar de la casa todas las propiedades de sus moradores el personal de la Administración Civil entró para fotografiar la estructura vacía (y demostrar así que el compasivo ocupante sólo destruye viviendas vacías y no — ¡Dios nos libre!—, su contenido). Luego llegó el turno del segador. En unos pocos minutos la casa quedó convertida en un amasijo piedras, tablones y láminas de plástico.
El gato de la familia se negó a abandonar a sus crías, de modo que demolieron la casa a su alrededor. Unas horas más tarde la familia vio al gato salir de entre los escombros llevando sanas y salvas a sus seis crías. El pollo que se escondía en la cocina de aluminio también sobrevivió, pero quedó traumatizado y se negó a salir. Las vidas de Khabis y sus hijos (el mayor tiene 13 años) han quedado destrozadas. Khabis es un jornalero, el más pobre entre los pobres, que vive en tierras propiedad de nuestro amigo N. registradas a nombre de éste en el tabu o registro de la propiedad. N. emplea a Khabis para cultivar los campos y cuidar de las palmeras datileras a cambio de un magro salario y de la vivienda. Pero Khabis se las arregló para sobrevivir. Ahora ha perdido su casa. Todo aquello que le proporcionaba un mínimo de seguridad —un lugar donde reclinar la cabeza, guardar un poco de alimento y protegerse del ardiente sol y de la lluvia —, todo ha desaparecido.
Al cabo de unas horas se presentaron en el lugar miembros de la ONU, de la Cruz Roja (que aportaron una pequeña tienda de campaña de plástico) y muchos políticos de la Autoridad Palestina que pronunciaron bellas palabras de aliento. Pero cuando se marcharon Khabis se quedó allí, desvalido y doliente”.
¿Qué pasa ahora? ¿Qué puede decir Khabis a Khaled, su hijo de 13 años, que se niega a saludar a las mujeres judías dos días después de que sus compatriotas destrozaran su vida y que nos mira con un odio tan justificado? Nos sentamos a hablar con la familia, la niña recostada en el suelo de la tienda ocupada en sus tareas mientras escuchaba a sus padres volver a desgranar entre lágrimas el relato de lo que ocurrió durante aquellos terribles cuarenta minutos. Y no tenemos ninguna respuesta que darles. Porque, por muy grande que sea la solidaridad que sentimos, no somos capaces ni siquiera de comenzar a imaginar lo terrible que ha de ser que una excavadora derribe tu casa.
Según informaciones transmitidas a Haaretz por la Administración Civil, el 19 de diciembre del 2012 fueron emitidas órdenes de interrupción de construcción ilegal y semanas más tarde —el 12 de enero— se entregó a la familia la orden de demolición.