Opinión: El desconcertante asunto de los liberales israelíes

Ramzy Baroud

maannews.net

Independientemente de quién gobernará a Israel, poco cambio ocurrirá en la política exterior del país. Los partidos ganadores siguen obsesionados con la demografía y la retención del dominio militar absoluto. También siguen indefectiblemente enfocados en la búsqueda de gestar leyes racistas contra los no judíos residentes en el Estado y en continuar perfeccionando el arte de hablar de paz, cuando en realidad mantienen un estado de guerra permanente.

Cada tantos años, los medios de comunicación quedan cautivados por la democracia israelí. Los comentaristas hablan de derecha, izquierda, centro, y ningún tema más. A pesar de que todavía falta un año y medio para las elecciones israelíes, los expertos de los medios ya están discutiendo los posibles resultados de los votos contra el proceso de paz, las reformas económicas, la igualdad social, y así sucesivamente.

En un artículo reciente, el columnista israelí Uri Avnery denunció el hecho de que la principal oposición a los partidos de la derecha -”el Likud, el partido de Lieberman y varios ultranacionalistas, los que apoyan a los colonos y las facciones religiosas”- no es otra que el partido Kadima, de centro-izquierda. El partido, dirigido por la “incompetente” Tzipi Livni, está supuestamente en “ruinas”. Por otra parte los partidos de izquierda, como el laborista y el Meretz, no suponen una amenaza real para el conglomerado de partidos de derecha, a pesar de su subida temporal en las encuestas.

Tan genuino como es, Avnery es una vez más la representación de la falsa esperanza de un salvador que emerge para salvar a Israel de sí mismo. Avnery imagina a Israel rescatándose de sus “neofascistas” y retornando al escenario más bien romántico de antaño, cuando los primeros sionistas soñaban con un Israel supuestamente gobernado por los valores de la ética universal, la democracia real, la paz y la igualdad social. “Fervientemente deseo que surja una fuerza política diferente, un partido de centro izquierda con un mensaje claro e incluyente de reforma social, de reducción de la brecha entre ricos y pobres, la solución de dos Estados, la paz con los palestinos y el fin de la ocupación”.

Pero esto está tan lejos como lo está la narración imaginaria de una persona amable y gentil, tan lejos hasta donde Israel lo permita. Muchos luchan fuera de Israel para conciliar los discursos familiares de la democracia y la igualdad con la realidad sobre el terreno. Es cierto que la enfermedad no es exclusiva de Israel en sí mismo, pero hay muy pocos países autoproclamados democráticos que tengan semejante brecha entre los discursos políticos centrales y las políticas reales.

Recuérdese, por ejemplo, cuando los medios de comunicación pregonaban la supuesta “primavera árabe” de Israel. Incluso aquéllos que conocían la historia de Israel tuvieron por un instante la esperanza de que las protestas masivas a lo largo de las ciudades israelíes, de hecho, podrían cuestionar la política social y el statu quo israelí. Pero Seraj Assi, un columnista y estudiante de doctorado en la Universidad de Georgetown no se ilusionó y escribió: “El sucio secreto de las protestas de Tel Aviv es que la mayoría de los manifestantes de clase media son Ashkenazíes movidos por una histeria racista. Simplemente tienen miedo de que los desplacen a la periferia de las ciudades o a las partes menos de moda del país. Como ellos sólo se sienten en casa en Tel Aviv, explícitamente expresaron su deseo racista de permanecer alejados de las ciudades en desarrollo y de los barrios poblados por árabes, de los pobres Mizrahíes y de los judíos de Etiopía”.

De hecho, los manifestantes se esforzaron por mantenerse alejados de los debates polémicos sobre la ocupación militar, la guerra y la desigualdad racial, incluso dentro del propio Israel.

Ni siquiera la declarada guerra unilateral en Gaza, que provocó la muerte de más de 1.400 palestinos, fue suficiente para elevar la concienciación de las masas para desafiar a los aparatos políticos y militares de Israel de una manera significativa. Bajo el título The Moral and Military Meltdown in Israel, Hamid Dabashi, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, escribió “no son únicamente los peores israelíes quienes, de acuerdo con una reciente encuesta realizad por Haaretz, aprueban y apoyan activamente la masacre de palestinos en Gaza, sino que también lo hicieron los mejores, los intelectuales, profesores, periodistas, cineastas, novelistas y poetas, desde Amos Oz y David Grossman a AB Yehoshua y Meir Shalev, y muchos otros” (12 de enero de 2009).

Mientras que a menudo se desestima a los partidos israelíes de derecha porque son contrarios a la paz y militaristas, algunos consideran que los sionistas “liberales” de la izquierda son una alternativa capaz de enderezar los entuertos y lograr la larga y esperada paz. Son simples “ilusiones”, sostiene Roger Sheety que en un artículo reciente escribió: “Escarba sólo un poco por debajo de la superficie y descubre que… cuando se acerca un palestino, en particular, (el sionista liberal) de repente se detiene y se revierte por completo” (9 de enero).

Sheety sugiere una “una palabra clara y concisa para este fenómeno… la hipocresía”. Pero “hipocresía” puede ser un término demasiado fácil para explicar esta tendencia tan involucrada en la política israelí y que define al movimiento sionista mucho antes del establecimiento del Estado en 1948. Un libro más convincente del autor israelí Tikva Honig-Parnass rastrea las raíces del sionismo liberal desde una perspectiva privilegiada. Falsos Profetas de la Paz: el sionismo liberal y la lucha por Palestina es una profunda extensión en una vasta bibliografía que desafía a los “sionistas liberales” cuando se autodefinen dentro del liberalismo o del progresismo.

Después de leer el libro de Honig-Parnass, uno se queda con una clara impresión de que los sionistas liberales no son los “mejores israelíes”, ni es su doble lenguaje un simple reflejo de la hipocresía. Los sionistas liberales eran, y siguen siendo, el núcleo del problema. Después de todo, la derecha israelí solo surgió como un actor poderoso en la política a finales de la década del 70. Todo lo que precede: la Nakba, la limpieza étnica, la Ley del Retorno, la guerra de 1967 y la expansión colonial, e incluso la guerra en Gaza de 2008-2009, fue orquestado por los líderes de la izquierda sionista de Israel.

Por otra parte, la “discriminación institucional sistemática de los ciudadanos palestinos era (también) aplicada por el poder reforzado de la izquierda sionista”, argumenta Honig-Parnass. Incluso los más “radicales” de las fuerzas de Israel están contaminados, como ocurre en el movimiento sionista laborista que unió sus fuerzas en torno a la discriminación racial de los no judíos antes del establecimiento de Israel y más tarde creó las leyes de discriminación racial contra el statu quo de los trabajadores no judíos que continúan vigentes en la actualidad.

Mantener la esperanza en el ciclo de nuevas elecciones en Israel es como esperar la aparición de los falsos profetas. Ninguna salvación se anunciará desde algún imaginario partido de centro izquierda que prometa “el fin de la locura de la ultraderecha”, como espera Avnery.

La tarea no será fácil, pero un verdadero cambio en la política israelí sólo puede ocurrir en el nivel básico de enfrentar las instituciones políticas que mantienen el Estado segregacionista. Más aún, cuestionar las “perspectivas políticas e ideológicas de la izquierda sionista” sería una forma de irrumpir en “las fuerzas progresistas entre los judíos y palestinos para luchar juntos contra el Estado judío/sionista”, según lo sugerido por Honig-Parnass.

Ramzy Baroud es un columnista internacional y editor de PalestineChronicle.com

Fuente: http://www.maannews.net/eng/ViewDetails.aspx?ID=453580

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