Este año fue crucial para Palestina por todo lo acontecido ante la ONU, pero cabe recordar que esta tierra no sólo acoge el conflicto palestino-israelí, sino que también acogió, en su momento, a Jesús en su venida como hombre. Y es que el Cristianismo, cabeza visible de una sola Iglesia con 2 mil años de historia, tiene su base en esta Tierra.
Fuente: Randa Hasfura Anastas, La Prensa Gráfica
Pero iniciar el recorrido de Jesús implica tornar nuestra mirada hacia aquel pueblecito donde Él nació, que irónicamente es ahora uno de los lugares más conflictivos sobre la faz de la Tierra, aunque no deja de ser uno de los más hermosos e históricos, quizá por ser el más venerado durante la Navidad.
En el paisaje, la ciudad se erige sobre varias colinas anchas y aplanadas, con escasa vegetación. Las casas más antiguas están hechas de roca amarillo-pálido, incrustadas a lo largo de calles empinadas y angostas. En un estanquillo al aire libre, la carne de carnero gira en un asador, goteando grasa. Los hombres, sentados en sus sillas a la orilla de la calle, sorben café árabe espeso en sus típicas “tazas de café”. Enfrente de la Plaza, los niños con hambre pasan queriendo comprar un falafel, o un shawerma recién hecho. Hay un sinnúmero de sensaciones tan hermosas al ritmo del grito del “kaaaeeek”… que contrastan tan drásticamente con lo que uno puede apreciar al subir por la empinada pendiente; y es que, allí, allí se ve cómo se extiende la construcción del muro: una serpiente gris que estrecha metódicamente la ciudad.
Por eso ahora el paisaje urbano de Belén se halla, pues, más poblado por vigilancias y controles que por campanarios, por lo que quizás habría que actualizar aquel villancico de “Campanas de Belén”.
Así no llegaron María y José a Belén, pero así entra un turista ahora: hay que esperar junto al muro… Es una impresionante muralla de concreto, de diez metros de altura, coronada por alambre de púas…
Ahora encima de la gruta donde nació Jesús, se encuentra la Basílica de la Natividad, que más bien parece una fortaleza de piedra con paredes gruesas y hostiles y una fachada sin adornos. Quizá por eso ha sobrevivido 18 siglos. Estar en un cruce de caminos del mundo –la populosa intersección entre Europa, Asia y África– significa ser invadido sistemáticamente a lo largo de la historia. La iglesia ha resistido conquistas persas, bizantinas, musulmanas, cruzadas católicas, los imperios otomanos, británicos y franceses. Y ahora por los más imperialistas…
Literalmente cada metro cuadrado de la Iglesia de la Natividad se lo disputan los ortodoxos griegos y los católicos romanos.
Sin embargo, no importa su versión del cristianismo, siempre hay algo significativo en el interior de la iglesia cuando se pasa por las columnas hechas desde hace mas de 18 siglos. Bajo el altar, al final de una desgastada escalera de piedra caliza, hay una pequeña cueva con olor a incienso y a cera derretida, iluminada con una serie de velas y candiles. Aquí, en el blanco de este sagrado lugar, rodeada de asentamientos judíos y campos de refugiados, encerrada tras un muro, aprisionada bajo el piso de una iglesia antigua, se encuentra una estrella… allí… allí nació Jesús.
El aire de esta gruta es fresco y a la vez cálido por su olor a historia. Los conflictos aquí son un microcosmos de los acontecimientos mundiales. Por lo tanto, lo que sucede aquí refleja lo que amenaza la paz mundial.
Algunas personas que uno se encuentra alrededor de Belén citan la Biblia, y otras recitan el Corán. Algunos muestran sus campos, otros señalan sus viñedos, unos más evocan la historia, mientras que otros visualizan el futuro. No obstante, cuando se llega al meollo del asunto, cuando se prescinde del odio, de la política y de las guerras, lo único de lo que la mayoría habla, cuando se trata de Belén, es de la tierra. Un trocito de tierra nada más, para saber que se trata verdaderamente de TIERRA SANTA.