Análisis. De Balfour a Obama: el pensamiento colonial sobre Palestina

Roger Sheety

Palestinian Chronicle

“Las naciones que han surgido de la desposesión, del encarcelamiento y de la masacre de población indígena tienen dos problemas con la Historia: uno, que su indignidad hace difícil que puedan ser ensalzadas, y dos, que su violencia expone la debilidad de cualquier reclamación acerca de que esa sea “su tierra”.”

Paul Woodward, El excepcionalismo estadounidense e israelí (WarInContext.org)

La expresión “Mandato británico de Palestina” es tan común en los estudios occidentales y sionistas sobre Palestina como inofensiva, por lo que apenas plantea una segunda reflexión. De hecho, una búsqueda rápida de esta expresión aparentemente inocua en internet deja ver unos dos millones de resultados de muy variada calidad y utilidad.

Sin embargo, el “Mandato británico” de Palestina no existió como tal; fue y sigue siendo una construcción colonial puramente europea y occidental, una abstracción de consecuencias reales y desastrosas. En realidad, el pueblo palestino nunca consintió en ser ocupado por los colonos británicos, nunca aceptó que su tierra ancestral se dividiera y se entregara a otros europeos, y nunca pidió que un gobierno imperial que lo ignoraba todo sobre su lengua, su cultura y su historia le “civilizara”. Lo mismo podría decirse del “Mandato francés” de Siria y Líbano o del “Mandato británico” de Iraq.

La expresión “Mandato británico” resultó útil, no obstante. Permitió que los historiadores coloniales y los apologistas se creyeran que Palestina estaba destinada de algún modo a la partición, lo que la convertía en “legal” y por lo tanto, la consagraba. Miren, hubo un mandato a Gran Bretaña otorgado por la Sociedad de Naciones en 1922 y Gran Bretaña, la nación más grande de la tierra, el modelo de la ilustración occidental y del pensamiento progresista, se vio obligada a llevar a cabo su misión; ese fue más o menos el argumento. ¿Y respecto a los pueblos indígenas de Palestina, qué? Según lo resumido por Lord Balfour en 1917, sus aspiraciones, sus derechos y hasta su propia existencia tenían poca o ninguna importancia:

“[...] El sionismo, sea correcto o incorrecto, bueno o malo, está enraizado en una antiquísima tradición, en necesidades presentes, en esperanzas futuras, de trascendencia mucho más profunda que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa antigua tierra. Nosotros ni siquiera proponemos llevar a cabo una forma de consulta sobre lo que desean los actuales habitantes del país.”

No importó que los palestinos siguieran siendo la población mayoritaria en 1948, a pesar de décadas de inmigración judía procedente de Europa y Rusia y sostenida por los británicos. Y tampoco importó que los palestinos siguieran siendo los propietarios mayoritarios de las tierras de Palestina a pesar de que el Fondo Nacional Judío, fundado en 1901 en Basilea, Suiza, pasara medio siglo tratando desesperadamente (y por lo general sin conseguirlo) de comprar tierras en Palestina para colonias exclusivamente judías. En el pensamiento colonialista, en general, y en la ideología sionista, en particular, la evidente por sí misma y mitológica “antiquísima tradición”, y las florituras grandilocuentes y retóricas siempre superan a los hechos históricos y a la realidad.

El mismo pensamiento colonial y racista sigue prevaleciendo en gran parte del actual discurso occidental dominante sobre Palestina. Se supone, por ejemplo, que de alguna manera sólo Estados Unidos puede resolver el “problema” palestino. Resulta en sí mismo evidente que la única superpotencia que queda en el mundo es la que puede actuar como árbitro imparcial y mediador entre las dos partes (supuestamente) intransigentes. ¿Por qué? Debido a la excepcionalidad estadounidense, por supuesto, porque Estados Unidos es algo único, la ciudad que brilla sobre la colina, el abanderado de la democracia; ese es más o menos el argumento. No importa que el gobierno de Estados Unidos proporcione a Israel miles de millones de dólares cada año, que le arme con los más avanzados equipos militares que el dinero pueda comprar ni que excuse sus continuos crímenes contra la humanidad mediante una ilimitada cobertura diplomática y un respaldo incondicional. Al igual que con las palabras de Balfour en 1917, los hechos se vuelven irrelevantes a través de un lenguaje mágico y de encantamiento.

Sin embargo, al igual que ocurre con el denominado Mandato británico y el excepcionalismo estadounidense, el lenguaje y el discurso colonialistas están profundamente vinculados a acciones, por más que sean injustas, inmorales y violentas. Tomemos por ejemplo los recientes planes de Israel de limpieza étnica de treinta mil beduinos palestinos de sus tierras ancestrales en el Naqab (Negev). Así es como un único titular en la edición de 2 de junio de Haaretz, un diario israelí de gran difusión y representativo de los medios de comunicación dominantes lo expresa: “La oficina de Netanyahu promueve un plan para reubicar a 30.000 beduinos”. El subtítulo reza: “El plan tiene como objetivo mejorar las condiciones de vida de los beduinos que viven actualmente en aldeas no reconocidas que carecen de la infraestructura necesaria, lo que da lugar a graves problemas ambientales y de otros tipos”.

Un plan de desposesión y limpieza étnica se convierte así en una “promoción” para “reubicar” en mejores condiciones de vida y en preocupación por el medio ambiente. Se ha enterrado en la historia que los beduinos son los verdaderos propietarios de la tierra en la que viven, una propiedad que se antedata al Estado de Israel pero incluso este hecho se convierte en un mero “reclamo”. En ninguna parte del artículo se dice una palabra acerca de quiénes son los beduinos en realidad: una parte del pueblo indígena de la Palestina histórica.

Dado que los beduinos no son nunca palestinos en Haaretz ni en ningún otro medio de comunicación israelí, sino simplemente “árabes”, pueden pues ser reubicados (es decir, étnicamente limpiados) a donde quiera que el Estado de Israel desee; en otras palabras, no tienen historia, ni conexión con la tierra, ni guardan relación con los otros palestinos de toda la Palestina histórica y de la Diáspora. Con esta palabra —“árabes”— se hace desaparecer todas esas realidades.

Esta constante negación de la identidad y de la historia de los beduinos palestinos es en realidad un eco de la afirmación racista de Golda Meir de que “no existe eso de pueblo palestino” y de la caracterización igualmente odiosa que Balfour hizo de los palestinos en 1917 simplemente como “los actuales habitantes del país”. De esa forma se arranca a los beduinos del Naqab de su contexto histórico y se les separa de los otros palestinos. ¿En qué se diferencia la expulsión y la desposesión planificadas de los beduinos palestinos de la de la mayoría de los palestinos expulsados ​​de Haifa, Acre, Yaffa, Safed, Jerusalén o Bir al-Saba’ (por citar sólo algunos ejemplos) en 1948? La respuesta es simple: no se diferencian en absoluto.

De hecho, la sombra de al-Nakba, la expulsión original de 1947-1948, todavía ocupa un lugar preponderante. Véase, por ejemplo, a Yosef Weitz, uno de los arquitectos del Plan Dalet, reflexionando en 1941 sobre cómo “eliminar” al pueblo originario de Palestina así como hacerse cargo de una parte significativa de Siria y Líbano:

“La Tierra de Israel no es pequeña en absoluto si se elimina a los árabes, y sus fronteras se amplían un poco, hacia el norte hasta el Litani [río de Líbano] y por el este mediante la inclusión de los Altos del Golán [...] los árabes deben ser transferidos al norte de Siria y a Iraq. (Nur Masalha, Expulsion of Palestinians, 134).”

Nótese cómo, al igual que con Balfour, los pueblos de Palestina, Líbano y Siria, no cuentan para nada en la repugnante visión de Weitz; no existen, son objetos que a los que se desplaza de aquí para allá de acuerdo a los caprichos de los dirigentes sionistas. Obsérvese asimismo la forma arrogante en que Weitz se pregunta dónde trazar las fronteras de su futuro Estado con total desprecio por los pueblos de la región, como los niños dibujan líneas al azar en una hoja de papel.

Y ahora véase a Tzipi Livni (una de las fuerzas que impulsó la Operación Plomo Fundido), una voz supuestamente moderada y progresista de la actual política israelí, en un conferencia ante un grupo de estudiantes de secundaria en el año 2008 sobre lo que podría pasar a los ciudadanos palestinos del Estado en el caso de que se produjera una solución de dos Estados:

“Mi solución para mantener un Estado de Israel judío y democrático es tener dos estados-nación con ciertas concesiones y con claras líneas rojas [...]. Y entre otras cosas, podré también acercarme a los residentes palestinos de Israel, a los que llamamos árabes israelíes, y decirles: “vuestra solución nacional está en otra parte” (Jerusalem Post, “La ministra de Exteriores recibe fuertes críticas por una observación sobre los árabes israelíes”, 11 de diciembre de 2008).”

Después de más de setenta años el pensamiento colonial sionista no ha variado. Los palestinos son percibidos como meras piezas en un tablero de juego a las que se puede mover de un lado a otro con el fin de mantener el “Estado de Israel judío y democrático”. Naturalmente a Livni no se le ocurre pensar jamás que la limpieza étnica tenga algo de democrática o judía, tan interiorizada tiene su propia propaganda. Tal vez ella sea más sutil que Weitz o Balfour en la elección de las palabras pero el racismo sigue siendo el mismo.

De hecho, toda la narrativa histórica de Israel se fundamenta en tales fabricaciones coloniales del mito, en la supresión de los hechos históricos, en eufemismos, evasiones y en la negación absoluta de la realidad: Palestina era “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, “los israelíes hicieron florecer el desierto “, “Israel es la única democracia de Oriente Próximo”, “el ejército israelí es el más moral del mundo”, “Israel es la luz de las naciones”, “estamos rodeados de unos vecinos fuertes”, “no tenemos ningún socio para la paz”, “los árabes sólo entienden el lenguaje de la fuerza”, y así sucesivamente.

Los ataques casi diarios contra los palestinos, tanto en los Territorios Ocupados como en Israel, y el robo continuado de la tierra y la cultura palestinas se explican por lo general utilizando tales evasiones lingüísticas y falsedades flagrantes, como lo han hecho todas las guerras de Israel desde la creación del Estado. Trae a la mente la famosa máxima de Tácito: “Saquean, masacran y roban: a eso lo llaman engañosamente Imperio, y cuando arrasan todo, lo llaman paz”.

En manos de colonizadores y conquistadores, el lenguaje es siempre un arma utilizada contra el colonizado y el ocupado. En la mentalidad imperial/colonial, el poder usa el lenguaje por lo general para fabricar, confundir, deshumanizar y dominar. Es una herramienta que se utiliza para justificar los crímenes del pasado y para justificar los que vendrán. Con el colonialismo de asentamiento, en particular, el lenguaje se utiliza para denigrar o incluso para borrar la historia y la cultura de la población indígena a las que se les usurpa.

Como el profesor israelí de Lengua y Educación Nurit Peled Elhanan escribió recientemente:

“El apartheid [israelí] no es sólo un montón de leyes racistas, es un estado de ánimo moldeado por la educación. Los niños israelíes son educados desde una edad muy temprana para que vean a los ciudadanos “árabes” y a los “árabes” en general como un problema que debe resolverse, eliminarse de una forma u otra [...]. [El sistema de] La Educación israelí consigue levantar muros mentales que son mucho más gruesos que el muro de hormigón que se está construyendo para encarcelar a la nación palestina y ocultar su existencia ante nuestros ojos. [...]. [Los israelíes] no consideran que los palestinos sean seres humanos como ellos mismos, sino de una especie inferior que se merece mucho menos. (Independent Online: “Cómo las leyes racistas encarcelan a una nación”, 3 de noviembre de 2011).”

Si los judíos israelíes desean realmente una paz justa y duradera harían bien en primer lugar en deshacerse de una vez por todas de esa omnipresente y perniciosa mentalidad colonial y del lenguaje supremacista e ilusorio que le acompaña, y aprender a ver a los palestinos como sus plenamente iguales, nada más y nada menos. Por otro lado, que no esperen que los palestinos vayan a aceptar como una realidad definitiva su desposesión, su limpieza étnica ni su actual estatuto de ocupados o de [ciudadanos] de segunda clase estando en su propia tierra como están, pues no sólo sería inmoral e injusto sino que, dado que una aceptación así equivaldría a rendirse, es también algo que nunca ocurrirá.

*Roger Sheety es escritor e investigador.

Fuente: http://www.palestinechronicle.com/view_article_details.php?id=17228 a través de Uruknet.

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