Fuente: El País
Estrella de la dirección y artista comprometido, Barenboim ha paseado por España su magisterio al piano. EL PAÍS conversó dos horas con él durante el viaje en coche Madrid-Valladolid: música, política y educación conformaron el menú
Pocas circunstancias pueden hacerte sentir aún más pequeño al lado de la desbordante fuerza y magnetismo de Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942). Una es compartir el asiento trasero de un pequeño automóvil durante un viaje de dos horas entre Madrid y Valladolid. El único momento libre que tenía el genial director y pianista para conceder una entrevista en su minigira por tres ciudades españolas (Valencia, Madrid, Valladolid).
Impulsor de mil causas para la reconciliación de palestinos e israelíes, y en medio de la tormenta que azota al mundo árabe, Barenboim pidió con antelación hablar solo brevemente de música. Así, durante 120 minutos cobraron vida en el pequeño habitáculo asuntos como el miedo de Israel al cambio, la gestión de Obama o la eterna polémica con Wagner. Al final, en un sutil y ordenado crescendo, surgió el sonido y la música se apoderó de todo.
Pregunta. ¿Cuajará la revolución que vive el mundo árabe?
Respuesta. Es la primera revolución que no resulta de la manipulación de un liderazgo. ¿Cómo va a terminar? Esa es otra cuestión. El mundo no ha reaccionado con la apertura que merecía un acto como este. Y ha sido por miedo: la angustia nunca da buenos resultados, ni en política ni en música.
P. ¿Se refiere, sin citarlo, también al miedo de Israel?
R. Lo cito sin problema. Sobre todo Israel, sí. Es una oportunidad histórica para demostrar si quiere ser parte de los estados de Oriente Próximo. Si no, quedará siempre como un cuerpo extraño. Para Israel la única seguridad que vale es su aceptación por parte del resto de estados vecinos. Debe tener el coraje de demostrar que ve esta revolución como algo extremadamente positivo.
P. Pero, ¿usted cree que los Estados vecinos aceptarán a Israel algún día?
R. En el conflicto israelo-palestino los problemas son asimétricos, unos son conquistadores y los otros conquistados. Pero lo quieran o no, todos somos semitas. Hay un destino común: no hay una solución buena para Israel y mala para Palestina o viceversa. Israel nunca va a ganar una guerra con los palestinos. Es un problema humano.Solo pueden vivir juntos o compartir la tierra. Hay una falta de comprensión del centro del conflicto. La solución ya la sabemos desde hace 20 años: un estado palestino y otro israelí con las fronteras de antes de la guerra de 1967, una solución al problema de los refugiados árabes y Jerusalén este como capital de Palestina. Entonces, ¿qué estamos negociando?
P. Pero esa solución no la acepta todo el mundo…
R. Muchos en Israel quieren la paz, pero no ver su precio.
P. Después de tantos años y esfuerzos, ¿tiene la sensación de que no se ha avanzado nada?
R. Se ha retrocedido. La historia moderna de Israel se debe dividir en dos partes. La creación del Estado en 1948 hasta la guerra del 67 y lo que vino después. Esa guerra cambió las fronteras y cambió a Israel. La ocupación es una maldición.
P. ¿Ha cambiado algo con la llegada de Obama?
R. Israel ve a Obama como alguien que crea dificultades, cuando en realidad es una suerte. Israel siempre se sintió más respaldado por otros presidentes estadounidenses. Pero una cosa es apoyar al Estado de Israel y al pueblo judío después de la tragedia de su existencia y otra apoyar a gente del Gobierno como Lieberman o Netanyahu con lo que dicen, piensan y hacen. El antisemitismo europeo fue una realidad horrible, pero no se puede trasladar ahí y decir que los palestinos son antisemitas. Los palestinos son semitas. El judío israelí creó una identidad, ya no es el judío del gueto de Varsovia, pero se está comportando como si lo fuese.
P. ¿Se ha sentido señalado y solo en Israel por sus ideas?
R. Me quieren y me admiran unos, y me odian muchos otros. Mi familia se trasladó a Israel en 1952, yo tenía 10 años. Recibí del Israel de entonces una escala de valores que hoy ya no se respeta.
P. ¿Cómo se explica que un pueblo tan perseguido pueda actuar, a veces, como actúa?
R. Los 20 siglos de sufrimiento han dejado un trauma. Pero no justifica lo que sucede hoy. Nunca debe volver lo que ocurrió en la Alemania nazi, pero el trauma transporta los miedos de aquel sufrimiento a otra gente y otro lugar. No veo cómo es posible que las víctimas de ayer se conviertan en los opresores de hoy.
P. Abrió la temporada de La Scala con Wagner. Y le defendió, una vez más, pese al rechazo que genera en Israel…
R. Wagner fue usado por los nazis como un profeta. Pero hay gente que dice que le odia sin haber oído una nota. Es el problema que existe entre los hechos y la percepción. Fue un genio y un gran compositor abusado por lo que decía.
P. ¿Se puede separar la ética y la estética del creador?
R. No se debería. Pero la música tiene un lado magnífico que permite olvidar muchas cosas. Una bestia como Hitler se emocionaba bañado en lágrimas con el Lohengrin en Bayreuth. ¿Cómo alguien con esa sensibilidad puede tener la crueldad de matar a tanta gente? La única forma de combatir esto es con más educación musical. ¿Cómo se va a entender el asunto de la ética y la estética sin el menor contacto con ella? Parece que la música esté fuera de la existencia, cuando es todo lo contrario: es una expresión del alma humana. Y además, es algo físico. La música es como hacer filosofía y deporte al mismo tiempo. Recortes económicos como los de Italia vienen porque la cultura no es importante para un número suficiente de ciudadanos. Sería más económico invertir en educación que tener que pagar millones para subvencionar teatros y orquestas.
P. ¿Por esa falta de educación musical no existen orquestas de primer nivel en España?
R. No conozco bien las orquestas españolas. Pero le puedo decir que Europa está llena de músicos españoles de primerísimo nivel. A esos hay que traerlos aquí.
P. ¿Qué lugar ocupa la música en la cultura hoy?
R. Es una torre de marfil.
P. ¿Por qué? No hace tanto que la música ocupaba el centro de la revolución cultural.
R. Se olvidaron de educar a la gente.
P. ¿No será que el discurso musical ha perdido la capacidad de hablar del presente?
R. Yo toqué el domingo un recital todo de Schubert, sonatas de 1826 y 1828, el año en que murió. ¡Pero son contemporáneas! La música solo existe en el momento en que se ejecuta y se oye. La gente no vivió el concierto como un acto del pasado, sino como algo que tiene lugar en el presente. Y eso es lo más importante. El ser humano ha hecho que el mundo cambie, pero él no ha cambiado. Hay gente curiosa, gente inteligente, gente estúpida, gente que ama, otra celosa… Lo que ha cambiado es el ambiente y el mundo exterior. Pero es un círculo: si hubiese más educación, no se habría perdido el contacto entre la música que se escribe hoy y el público. Y la prueba es que muchos intérpretes que viajan en avión y tienen todo a disposición, viven en el mundo artístico que terminó hace 100 años.
P. La media de edad de los asistentes a conciertos y óperas es de 49 años. Debería bajar.
R. Siempre ha existido ese problema. Yo toqué mi primer concierto en agosto del 1950, y el público ya era así. Si queremos ver más gente joven tenemos que dar el paso y no esperar a que el otro venga a ti.
P. El domingo, en Madrid, actuó como solista. ¿Qué diferencia hay con dirigir a una orquesta? ¿Cuándo se siente menos solo?
R. El piano te da un contacto físico con el sonido. Hay un placer sensual y digital. El director no produce el sonido, lo hace la orquesta. Es una tontería decir que uno es un buen director o que tiene una buena orquesta solo porque esta sabe seguirle. La gran música solo se produce cuando el director es capaz de animarles y convencerles de que todos piensen de la misma manera.
P. ¿Y cómo logra convencer a tantos egos reunidos?
R. Ja, ja, ja. La dirección es una profesión. Muchos solistas han tenido malas experiencias con malos directores y piensan que como son buenos músicos pueden dirigir las orquestas desde el piano o el violín. Mentira. Eso no es tocar y dirigir al mismo tiempo: es tocar sin director. Aunque a veces sea mejor eso que un director malo. Esta profesión se basa en saber como funciona el fenómeno del sonido. Y el sonido no existe, lo traemos. ¿Qué quedó de las sonatas que toqué ayer? Nada. El sonido es algo físico que permite transmitir el mensaje espiritual de la música. Esto, y muchas otras cosas, hay que recordárselo continuamente a los músicos. Pasar el mensaje con el gesto, con la mirada, con la palabra.
P. Usted empezó jovencísimo a tocar el piano. Dio su primer recital a los siete años.¿Cómo ha ido evolucionando su manera de interpretar?
R. En realidad se trata de ver más conexiones. Cuanto más se toca y se repite, más se siente la irrepetibilidad de la música. Cada vez encuentras otro tipo de conexiones entre las notas. Y eso hace progresar. Pero el enemigo más grande es la rutina: repetir lo que salió bien la noche anterior.
P. ¿Y en qué momento sabe cómo lo va a hacer esa noche?
R. Esto es muy interesante. El trabajo de estudio no termina nunca. Hay obras que las toco desde hace 60 años y las conozco de memoria. Pero nunca viajo sin la partitura porque al leerla siempre descubro algo nuevo. Pero cuando te sientas a tocar tiene que ser como si lo estuvieras inventando en ese momento. El que no tiene esa capacidad y revela en su manera de interpretar cómo estudió la obra, aburre. Y quien no hizo el trabajo previo, aunque parezca que improvisa, pierde la conexión. Lo interesante y magnífico de la música es hacer algo y lo contrario al mismo tiempo.
P. ¿Y qué lugar ocupa el estado de ánimo?
R. Cuando tengo hambre, mal (se ríe). Nunca tocamos mejor de lo que somos. Se puede tocar peor por casualidad, porque estoy cansado, porque voy al dentista… pero no mejor. Y el nivel más alto es el que hay que aspirar a mantener siempre. Por eso en el trabajo musical sí hay ética y estética. Pero en la percepción de la música como fenómeno social muchas veces no hay ética.
P. ¿Ha perdido la composición la grandeza de otros tiempos?
R. Ahora hay grandes compositores, no lo son todos, pero tampoco lo eran en el siglo XIX. El público y la historia hicieron su selección. Usted conoce mejor a Schoenberg, Bartók o Stravinski que a otros compositores de su época. Pero si hubiera vivido entonces, quizá no sería capaz de verlos porque estaría inundado por todos ellos. Dentro de 60 años conoceremos a 10 o 20 compositores actuales.
P. ¿A dónde ha huido ese genio creativo adolescente tan propio de la música? ¿Mozart sería hoy el inventor de Facebook?
R. Digamos que tienen algo en común. La creatividad, la perspicacia y la curiosidad, que es el secreto de todo. Sin ella ni aprendes ni inventas nada. Voy a Valladolid y me interesa ver como tocan. No pienso: “quién sabe cómo es esa orquesta, si fuera tan buena como la de Chicago sería más conocida”. Eso es negativo.
P. Esa curiosidad también le habrá provocado grandes decepciones. ¿Cuál ha sido la mayor?
R. [Risas]. Hacer este viaje a Valladolid concediendo una entrevista.